Primera lectura: Os 6,1-6:
“Quiero misericordia, y no sacrificios”
Salmo: 51:
“Quiero misericordia, y no sacrificios”
Evangelio: Lc 18,9-14:
El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no
3ª Semana de Cuaresma Santa Francisca Romana (1440)
10 Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, el otro recaudador de impuestos.
11 El fariseo, de pie, oraba así en voz baja: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador de impuestos.
12 Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de cuanto poseo.
13 El recaudador de impuestos, de pie y a distancia, ni siquiera alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten piedad de este pecador.
14 Les digo que éste volvió a casa absuelto y el otro no. Porque quien se alaba será humillado y quien se humilla será alabado.
Un signo de madurez cristiana es la toma de conciencia de la fragilidad y finitud de la vida, no para resignarse o tener lástima de esa condición sino más bien para cuidar y valorar el mayor bien que recibimos de Dios. La humildad, como virtud, abre el corazón al amor misericordioso de Dios generando una nueva manera de vivir la fe y de comprender nuestra misión en el mundo. La oración arrogante del fariseo que se autojustifica contrasta con la del recaudador que se muestra necesitado y arrepentido. Esta realidad es la que podemos estar viviendo en nuestras comunidades, sobre todo cuando quienes más perserveran se sienten con más derecho por sobre las personas inconstantes o poco comprometidas. Ante Dios no hay categorias ni privilegios; él no lleva cuentas de nuestros sacrificios para bendecirnos o de nuestras faltas para castigarnos. Hoy la liturgia nos recuerda que Dios se hace próximo a quien lo necesita y lo busca sinceramente, recordándonos que quiere misericoridia y no sacrificios.
“La compasión es el único modo de mirar el mundo, de sentir a las personas y de reaccionar ante el ser humano de manera sana, como Dios” (J. Pagola).