23 de Noviembre del 2024

33ª Semana Ordinario San Clemente (97) Santa Felicitas (165)

 

27 En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, los que niegan la resurrección, y le preguntaron:
28 Maestro, Moisés nos ordenó que si un hombre casado muere sin hijos, su hermano se case con la viuda, para dar descendencia al hermano difunto.
29 Ahora bien, eran siete hermanos. El primero se casó y murió sin dejar hijos.
30 Lo mismo el segundo
31 y el tercero se casaron con ella; igual los siete, que murieron sin dejar hijos.
32 Después murió la mujer.
33 Cuando resuciten, ¿de quién será esposa la mujer? Porque los siete fueron maridos suyos.
34 Jesús les respondió: Los que viven en este mundo toman marido o mujer.
35 Pero los que sean dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no tomarán marido ni mujer;
36 porque ya no pueden morir y son como ángeles; y, habiendo resucitado, son hijos de Dios.
37 Y que los muertos resucitan lo indica también Moisés, en lo de la zarza, cuando llama al Señor Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob.
38 No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.
39 Intervinieron algunos letrados y le dijeron: Maestro, qué bien has hablado.
40 Y no se atrevieron a hacerle más preguntas.

 

 

Comentario 

 

El tema de la vida después de la muerte ha sido una preocupación de la humanidad de todos los tiempos. Se puede resumir en tres posiciones diferentes: 1. Luego de la muerte no hay nada; todo termina en la tumba o en el cenizario; 2. El alma reencarna en diferentes seres según la conducta de la persona y 3. Por la resurrección, vivimos para siempre en Dios. En él y con él. También en tiempos de Jesús era tema de preocupación y debate, como lo demuestra el presente pasaje. Los saduceos parece que pertenecen al primer grupo: no hay resurrección. Jesús asocia la resurrección a la experiencia del Dios que ama y defiende la vida, que no quiere la muerte. Entonces el ser humano, que ha salido de Dios y retorna a él, vive para siempre. Pero se resucita a una vida transformada, bajo una nueva dimensión de la existencia. Si Dios nos quiere vivos, ardua es la tarea que tenemos de fomentar la espiritualidad del cuidado integral de la vida. ¡Vida digna para todos y todas!

“La fe cristiana auténtica desencadena en la persona un proceso donde el amor es fuerza sanante” (J. Pagola).