Primera lectura: Miqueas 5,1-4a:
De ti saldrá el jefe de Israel
Salmo: 80:
“¡Oh Dios, restáuranos; que brille tu rostro y nos salve!”
Segunda lectura: Hebreos 10,5-10:
Aquí estoy para hacer tu voluntad
Evangelio: Lucas 1,39-45:
“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
4º de Adviento San Honorato (429) Santa Francisca Cabrini (1917)
41 Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre; Isabel, llena de Espíritu Santo,
42 exclamó con voz fuerte: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
43 ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
44 Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura dio un salto de gozo en mi vientre.
45 ¡Dichosa tú que creíste! Porque se cumplirá lo que el Señor te anunció.
El domingo pasado nos acompañaba Juan invitándonos a emprender un camino de renovación a contracorriente del sistema dominante. Ya próximos a la celebración de la Nochebuena, en un clima de familia y de hogar, María e Isabel son esa buena noticia que nos dispone a que haya también “Navidad” en nuestras vidas. Corresponde orientar nuestra mirada hacia estas mujeres que, en apuros, se dejan sorprender por la fidelidad y la cercanía de Dios.
Al seguirlas de cerca, nos podremos identificar con sus actitudes y gestos, reconociendo qué tan atentos estamos para salir al encuentro del Dios que se abaja y se encarna en los corazones humildes. Se trata de valorar los espacios donde la amistad, el afecto, el apoyo y el reconocimiento nos regalan la oportunidad de ser presencia viva de Dios.
El relato señala la presteza o prontitud de María para visitar a su pariente, de quien ya sabemos se encuentra en el sexto mes de embarazo; esto nos indica que María va con la disposición de servir. Pero no sólo es Isabel quien está necesitada. También María embarazada (fuera del matrimonio) enfrenta un problema tanto social como religioso que la compromete. Contrariamente a lo que se diría de cualquier mujer en las circunstancias en que se encuentra María, recibe de parte de Isabel toda la comprensión y ayuda que necesita. Los miedos que pudo contener María en su corazón, con Isabel se transforman en presencia consoladora.
La profecía de Miqueas se cumple a cabalidad, porque Dios no abandona ni se olvida de sus hijos e hijas que viven en circustancias injustas. Y como señala la Carta a los Hebreos, corresponde a cada creyente evidenciarlo no como el Dios que pide sacrificios cultuales sino como aquel Dios que nos impulsa a ser signos de su amor y su providencia.
En medio de la locura consumista navideña, el encuentro entre María e Isabel nos invita a pensar si nos encontramos mercantilizando nuestras relaciones familiares y sociales o si, por el contrario, somos capaces de volcarnos a compartir nuestro afecto de manera gratuita y desinteresada; si llegamos a reconocer el amor que Dios nos tiene en las pequeñas cosas.
Al momento de encender nuestra cuarta vela de Adviento, detengámonos a agradecer por los encuentros que nos regala la Natividad de Jesús y por la oportunidad que tenemos de amar. Pidamos por todas las personas que pasan solas, enfermas y necesitadas de afecto para que siempre tengan el consuelo de Dios.
“María ofrece a todos la salvación de Dios que ha acogido en su propio Hijo. Ésa es su gran misión y su servicio” (J. Pagola).