6 de Octubre del 2024

27º Ordinario San Bruno (1101)

 

2 En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron a Jesús: ¿Puede un hombre separarse de su mujer?
3 Les contestó: ¿Qué les mandó Moisés?
4 Respondieron: Moisés permitió escribir el acta de divorcio y separarse.
5 Jesús les dijo: Porque son duros de corazón Moisés escribió ese precepto.
6 Pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer,
7 y por eso abandona un hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer
8 y los dos se hacen una sola carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola carne.
9 Así pues, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.
10 Una vez en casa, los discípulos le preguntaron de nuevo acerca de aquello.
11 Él les dijo: El que se divorcia de su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera.
12 Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio.
13 Le traían niños para que los tocara, y los discípulos los reprendían.
14 Jesús, al verlo, se enojó y dijo: Dejen que los niños se acerquen a mí; no se lo impidan, porque el reino de Dios pertenece a los que son como ellos.
15 Les aseguro, el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.
16 Y los acariciaba y bendecía imponiendo las manos sobre ellos.

 

 

 

Comentario 

 

La imagen que mejor retrata al Dios de la Alianza es la de un vínculo matrimonial o esponsal en el que se vive la comunión íntima, amorosa, creativa y creadora. Ya desde el relato del Génesis se deja ver que una de las características del Creador es entrar en relación con sus criaturas. Es don de Dios descubrir que hay posibilidad de realizarse humanamente cuando se encuentra esa otra parte que nos complementa y nos libera de la tiranía del yo. A partir de esta condición relacional, es cómo Jesús se compromete con nosotros: nos propone un proyecto de fraternidad y sororidad universal y «no se avergüenza» de nuestros vaivenes o inconstancias. Por el contrario, continúa propiciando espacios donde es posible experimentar su presencia y compañía. Pero no siempre el camino de la Alianza es correspondido o sostenido. ¿Qué sucede cuando faltamos o no somos fieles a este compromiso?
Los fariseos buscan poner a prueba a Jesús para descubrir si se inclina por una postura rigorista o permisiva. Sin embargo, Jesús devuelve la pregunta remitiéndose a la Escritura e interpretándola con una novedad sorprendente. El fruto de la infidelidad es la inconstancia en el cultivo del amor y es por ello la sklerokardía o dureza del corazón que les impide vivir los vínculos como se deben vivir. La fidelidad es presentada hoy como algo casi imposible de sostener; y no sólo la referida al amor matrimonial sino hacia uno mismo.
En el ámbito personal, familiar, comunitario o laboral no siempre cuidamos el vínculo con Dios y, por ende, con los demás o con el resto de la Creación. Las rupturas de vínculos nos apartan de la bondad de Dios y nos terminan haciendo mucho daño, por lo que se hace necesario saber que Dios nunca rompe con nosotros ni se cansa de esperarnos. ¡Ojalá aprendiéramos de este modo de proceder divino para no cansarnos y volver a intentar restablecer o reactivar nuestra capacidad relacional!
La dureza de corazón nos lleva a romper y repudiar, en ocasiones sin mucha misericordia. La llamada de atención es para volver a pensarnos y pensar nuestros vínculos desde esa Alianza perpetua del Amor de Dios que no sabe de las rigideces en las que nosotros quedamos atrapados. Nadie está exento de errores, pero todos somos merecedores de comprensión y nuevas oportunidades. La misericordia es todavía la mejor medicina para evitar la sclerocardía y promover encuentros generadores de vida.

“La felicidad brota del amor, pero no hemos de confundir el amor con cualquier relación interesada” (J. Pagola).