Primera lectura: Éxodo 20,1-17:
La ley fue dada por Moisés
Salmo: 19:
“Señor, tú tienes palabras de vida eterna”
Segunda lectura: 1 Corintios 1,22-25:
Predicamos a Cristo crucificado
Evangelio: Juan 2,13-25:
“Destruyan este templo y en tres días lo levantaré”
3º de Cuaresma Santa Catarina Drexel (1955) Santos Emeterio y Celedonio (s. III)
14 Encontró en el recinto del templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los que cambiaban dinero sentados.
15 Se hizo un látigo de cuerdas y expulsó a todos del templo, ovejas y bueyes; esparció las monedas de los que cambiaban dinero y volcó las mesas;
16ª los que vendían palomas les dijo: Saquen eso de aquí y no conviertan la casa de mi Padre en un mercado.
17 Los discípulos se acordaron de aquel texto: El celo por tu casa me devora.
18 Los judíos le dijeron: ¿Qué señal nos presentas para actuar de ese modo?
19 Jesús les contestó: Derriben este santuario y en tres días lo reconstruiré.
20 Los judíos dijeron: Cuarenta y seis años ha llevado la construcción de este santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
21 Pero él se refería al santuario de su cuerpo.
22 Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron que había dicho eso y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús.
23 Estando en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en él al ver las señales que hacía.
24 Pero Jesús no se confiaba de ellos porque los conocía a todos;
25 no necesitaba informes de nadie, porque él sabía lo que hay en el interior del hombre.
Para mantener el equilibrio y la sana convivencia social, se establecen normas que llegan a ser aceptadas por la mayoría de los ciudadanos. Este tipo de acuerdos con carácter de obligatoriedad le recuerdan a la comunidad los derechos y deberes que han de cuidar para mantener su libertad. La ley dictada por Dios a Moisés tiene como finalidad el cuidado y respeto a la vida como el bien más preciado. Sin una guía, el ser humano se extravía; sin una comunidad que lo soporte-sostenga se debilita; sin Dios, se pierde en la idolatría. La ley del descanso, que no sólo se refiere al respeto a sí mismo sino a la Creación entera, debiera recordarnos que actualmente atravesamos crisis medioambientales que ponen en riesgo el futuro de la humanidad por abusar de los bienes naturales.
San Pablo recuerda que el fracaso de la cruz se convierte en motivo de fortaleza para quienes sufren injustamente. Porque para Dios la fuerza se encuentra en la debilidad. Lo valioso de nuestras comunidades no está en la importancia social o el dinero, ni en la cantidad de obras y proyectos; tampoco en el número de miembros sino en la gracia recibida de Cristo, «fuerza y sabiduría de Dios». Ojalá pongamos el acento en el llamado y en quien nos convoca y no en nuestras habilidades para responder; es bueno poner a Dios primero y ante todo.
Para Jesús el Templo de Jerusalén se convirtió en una estructura sostenida por relaciones injustas; en lugar de manifestar el amor de Dios, lo terminaban ocultando detrás de normativas, tratos preferenciales para unos pocos y discriminación para muchos. A Jesús le indigna la deformación por la que atraviesa la institución más importante del judaísmo, pero más que eso, el negar a los pecadores o a la gente sencilla la experiencia de encuentro con Dios. Los dirigentes del Templo comerciaban con la fe sencilla del Pueblo; además de tener su propia moneda, continuaban sosteniendo que, para agradar a Dios y recibir sus bendiciones, había que ser generosos con el diezmo y las ofrendas. La Casa de Dios se había transformado en un negocio, lugar de exclusión y, como se atreven a decir algunos teólogos, tenían secuestrado a Dios.
A partir de lo meditado, rescatemos tres claves para vivir la Cuaresma: lo que ofrendamos a Dios no puede nacer de injusticias o intereses mezquinos; nuestro fundamento está en la cruz que clama justicia para las personas descartables y marginadas; lo sagrado no está en los templos u objetos religiosos sino en la vida misma.
“Jesu´s acoge a Dios como una fuerza que solo quiere el bien, que se opone a todo lo que es malo y doloroso para el ser humano y que, por tanto, quiere liberar la vida del mal” (J. Pagola).