Primera lectura: 2Tes 3,6-10.16-18:
El que no trabaja, que no coma
Salmo: 128:
Dichosos los que temen al Señor
Evangelio: Mt 23,27-32:
Son hijos de los que asesinaron a los profetas
21ª Semana Ordinario San Agustín (430) San Junipero Serra (1784)
28 Así también son ustedes, por fuera parecen honrados delante de la gente, pero por dentro están llenos de hipocresía y maldad.
29 ¡Ay de ustedes, letrados y fariseos hipócritas, que construyen sepulcros grandiosos a los profetas y monumentos a los justos,
30 mientras comentan: Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros antepasados, no habríamos participado en el asesinato de los profetas.
31 Con lo cual reconocen que son descendientes de los que mataron a los profetas.
32 Ustedes, pues, terminen de hacer lo que iniciaron sus antepasados.
Jesús vive en tensión y bajo la mirada de los líderes religiosos porque pone en evidencia no sólo los errores en los que incurren, sino en los que cayeron sus antepasados, apartándonse de la justicia y la misericordia de Dios. Asume el riesgo de sus palabras, pero el ardor que lleva dentro no se puede callar. La profecía resulta incontenible en más de una ocasión. El hecho de denunciar la doble cara de los discursos y las prácticas permite entender que, en ocasiones, es más grave vivir en la falsedad que asumir los errores que se pueden cometer. Puede pasar que asociemos estos “dobles discursos” sólo a quienes son distintos de nosotros, pero es adecuado saber descubrir, en nuestras historias comunitarias, cuáles han sido y confesar los episodios de muerte y cerrazón. No con ánimos mortificantes sino más bien con espíritu libre que abraza, desde la propia historia, la redención ofrecida por el Resucitado. ¡A cuántos profetas habremos callado creyéndolos equivocados, extravagantes o desubicados, mientras nos quedábamos cómodos en añejas seguridades!
“No podemos vivir nuestras vidas sin verdad, sin voluntad de justicia, sin compasión hacia los que sufren” (J. Pagola).