Primera lectura: 1Pe 1,3-9:
No han visto a Jesucristo, y lo aman
Salmo: 111:
El Señor recuerda siempre su alianza
Evangelio: Mc 10,17-27:
“Vende lo que tienes y sígueme”
8ª Semana Ordinario San Agustín de Canterbury (605)
18 Jesús le respondió: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno fuera de Dios.
19 Conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no jurarás en falso, no defraudarás; honra a tu padre y a tu madre.
20 Él le contestó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde la adolescencia.
21 Jesús lo miró con cariño y le dijo: Una cosa te falta: ve, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme.
22 Ante estas palabras, se llenó de pena y se marchó triste; porque era muy rico.
23 Jesús mirando alrededor dijo a sus discípulos: Difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas.
24 Los discípulos se asombraron de lo que decía. Pero Jesús insistió: ¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios!
25 Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios.
26 Ellos llenos de asombro y temor se decían: –Entonces, ¿quién puede salvarse?
27 Jesús los quedó mirando y les dijo: Para los hombres es imposible, pero no para Dios; porque para Dios todo es posible.
Un hombre rico se acerca a Jesús esperando encontrar en él respuesta a sus más hondas inquietudes. Seguro que creyó ver en él a un maestro fariseo de la época con alguna propuesta que no lo desajustara por completo. Para Jesús todo seguidor suyo ha de ir más allá del solo cumplimiento de los mandamientos y prácticas religiosas. Y, como al hombre rico, nos pasa que nos cuesta desapegarnos de aquello que nos asegura la vida. Decimos sí a la Eucaristía dominical, al sacramento de la Reconciliación y a las prácticas de caridad, incluso a pertenecer a una comunidad… Pero eso de renunciar a todo lo dejamos para los santos y virtuosos. El mayor reto que tenemos los cristianos es la búsqueda de la perfección y la radicalidad: dar la vida por la causa de los pobres y seguirlo en la instauración del Reino, en un mundo sin egoísmos ni exclusión. Nuestras comunidades de fe ¿se caracterizan por la sensibilidad social frente a la pobreza?, ¿qué tan desapegados o desprendidos nos consideramos?
“El cambio fundamental al que nos llama Jesús es claro. Dejar de ser unos egoístas que ven a los demás en función de sus propios intereses” (J. Pagola).