Primera lectura: Gál 2,1-2.7-14:
Reconocieron el don que recibí
Salmo: 117:
Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio
Evangelio: Lc 11,1-4:
“Señor, enséñanos a orar”
27ª Semana Ordinario San Juan Leonardi (1609) San Héctor Valdivieso (1934)
2 Jesús les contestó: Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino;
3 el pan nuestro de cada día danos hoy;
4 perdona nuestros pecados como también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación.
Podemos imaginar que el modo de orar de Jesús era particular. Seguramente distinto. Los discípulos percibían que su Maestro no sólo era único en sus enseñanzas sino también por sus opciones y su estilo de vida. Era capaz de aproximarse y relacionarse con todo tipo de personas; comprendía que el pecado necesitaba ser redimido; no juzgaba; tenía gestos de ternura hacia los niños; transmitía paz y aliviaba las dolencias del cuerpo o del espíritu. Ante tantas bondades: ¿de dónde le viene todo esto? ¿por qué hace todo bien? La respuesta se encuentra en esa espiritualidad que guiaba sus pasos. Siempre, antes de un día de trabajo o una decisión, Jesús se retiraba a orar. Ese era su secreto. No buscar su voluntad sino cumplir el plan amoroso de Dios. Todo nacía de momentos de profunda interioridad porque, en la oración, se reconocía hijo de un Padre justo y misericordioso. Hacer que nuestras decisiones nazcan del diálogo orante nos evitaría el voluntarismo o el capricho. Oremos por la misión de la Iglesia.
“No dejes que caigamos derrotados en la prueba final. Que en medio de la tentacio´n y del mal podamos contar con tu ayuda poderosa” (J. Pagola).