Primera lectura: Deuteronomio 4,32-34.39-40:
El Señor es el único Dios; no hay otro
Salmo: 33:
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió por heredad
Segunda lectura: Romanos 8,14-17:
“Han recibido el espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar ¡Abba! (Padre)”
Evangelio: Mateo 28:16-20:
Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
Santísima Trinidad
17 Al verlo, se postraron, pero algunos dudaron.
18 Jesús se acercó y les habló: Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra.
19 Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
20 y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.
La autoridad a la que alude Jesús en el evangelio está ligada al testimonio de vida que lo mantuvo fiel a la causa del Reino hasta el final. Antes de despedirse de la comunidad discipular, la envía a continuar la misión por él iniciada. Solo que ahora con la fuerza del Espíritu Santo. ¿En qué medida nos sentimos miembros de una Iglesia esencialmente misionera?
Celebramos el misterio de la Trinidad divina y una forma fácil de comprender esa íntima relación divina es a partir de nuestra experiencia de familia o de comunidad, todos diversos pero unidos. Es necesario, además, saber que la teología de la Trinidad es de elaboración posterior al tiempo de Jesús (año 381). Aunque encontramos antes referencias bíblicas explícitas al Padre, al Hijo y al Espíritu, no se había conceptualizado con anterioridad esa perfecta unidad, misión y complementariedad de las personas divinas.
La primera lectura habla de la revelación de Dios a Israel como el Creador de todas las cosas y como el impulsor de los procesos de liberación. El Dios presentado por el autor del Deuteronomio es el que las comunidades cristianas hemos de experimentar cercano, providente y eternamente comprometido con la historia humana. Realmente no tendrá comparación con ningún otro “dios” al que conozcamos porque solo él manifiesta su soberanía o poder en la donación de sí mismo. En correspondencia a esa proximidad e interés por su Creación, nos encontramos con la invitación a cumplir los mandamientos de esa Alianza como garantía de una vida próspera en la Tierra y para la eternidad. ¿En qué debería notarse la fe que mantenemos en el Dios creador y liberador?
Por último, San Pablo, en su Carta a los Romanos, nos presenta la acción del Espíritu Santo en la vida trinitaria y en la vida de las comunidades cristianas. El Espíritu es vínculo, diálogo, proximidad que nos hace hijos e hijas en una relación familiar cercana que nos permite llamar a Dios Abbá, expresión aramea que significa “papá” o “papito”. Esa confianza y proximidad del Dios de Jesús fue novedad y escándalo para la religión de su tiempo porque creían en un Dios distante y distinto. La herencia es algo a la que solo acceden los hijos y en el caso de la familia de Dios es compartir su “gloria”, entendida como la transformación de todo lo que deshumaniza la Creación, hasta llegar a ser manifestación de su amor y misericordia. ¿Cómo experimentan al Dios trinitario en tu comunidad cristiana? ¿Es una experiencia liberadora o solo un conocimiento doctrinal?
“Es el Dios encarnado en Jesús, que sufre con los que sufren, muere con los que mueren injustamente y que busca con nosotros y para nosotros la Vida” (J. Pagola).