Primera lectura: 1Cor 12,31–13,13:
Queda la fe, la esperanza, el amor
Salmo: 33:
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad
Evangelio: Lc 7,31-35:
¿Con quién compararé a esta generación?
24ª Semana Ordinario San José Cupertino (1663) Santa María Salvat Romero (1998)
31 ¿Con qué compararé a los hombres de esta generación? ¿A qué se parecen?
32 Son como niños sentados en la plaza, que se dicen entre ellos: Hemos tocado la flauta y no bailaron, hemos entonado cantos fúnebres y no lloraron.
33 Vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y dicen: está endemoniado.
34 Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: miren qué comilón y bebedor, amigo de recaudadores de impuestos y pecadores.
35 Pero la Sabiduría ha sido reconocida por sus discípulos.
Jesús provoca desconcierto entre sus contemporáneos porque no comprenden que el Dios que anuncia no quiere súbditos o adeptos sino hijos e hijas tomando sabias y oportunas decisiones. La ceguera es tal que no conciben otro estilo de reino sino aquel que se impone y domina con poder. Jesús recibe de Dios ese modo de ser distinto pero sencillo, cercano y capaz de discernir, tal vez no al modo ascético de Juan el Bautista pero sí para saber lo que preserva o pone en riesgo la vida. Su ejemplo de amistad social crea proximidad para con los que viven en el margen. Ahí está el punto distintivo e interpelante para nosotros. Hoy, como nuevos contemporáneos del Resucitado, adoptamos el compromiso de ser testigos de la esperanza con gestos que posibiliten la fraternidad y la sororidad universal. La atención debemos ponerla en qué imagen de Jesús estamos predicando y viviendo en nuestras comunidades, no sea que caigamos en el inconformismo constante que vuelve estéril cualquier proceso pastoral.
“Nuestra felicidad eterna se está gestando ahora mismo en nosotros en la medida en que sabemos buscar la felicidad abiertos a Dios” (J. Pagola).