Primera lectura: Proverbios 9,1-6:
Vengan a comer mi pan y el vino que he mezclado
Salmo: 34:
“Gusten y vean qué bueno es el Señor”
Segunda lectura: Efesios 5,15-20:
Dense cuenta de lo que el Señor quiere
Evangelio: Juan 6,51-58:
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”
20º Ordinario San Alberto Hurtado
52 Los judíos se pusieron a discutir: ¿Cómo puede éste darnos de comer su carne?
53 Les contestó Jesús: Les aseguro que si no comen la carne y beben la sangre del Hijo del Hombre, no tendrán vida en ustedes.
54 Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.
55 Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
56 Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
57 Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí.
Termina este domingo el largo discurso de Jesús como Pan bajado del cielo y su invitación a comerlo para participar en su vida desbordante. En Proverbios y en Efesios se hace alusión a lo bien que vive el que procede con sabiduría y sigue sus inspiraciones . Si asimilamos lo que significa el sacrificio de Jesús y la comunión con él, intentaríamos que la práctica cultual habitual se traduzca en la madurez y el compromiso de quien sabe discernir y elegir lo que más conviene para el cuidado y la defensa de la vida.
Al concluir, después de los cuatro domingos que hemos compartido el largo discurso de Jesús invitándonnos a comer y beber su Cuerpo y su Sangre, podríamos hacerle una petición: «Por favor, Jesús; si tu memoria se borra de este mundo, déjanos un símbolo completo de tu vida, un relato, una fotografía que abarque toda tu vida, un memorial de tantos gestos tuyos en favor de los que sufren y, por supuesto, un relato-memorial de este gesto, sobre todo de esta parábola del compartir el pan con la muchedumbre hambrienta, pero también de tu código del Reino, de tu experiencia única de Dios como Abba, de tu muerte y de tu Resurrección.
Te suplicamos que dejes impresa esa memoria tuya para seguir tu causa tratando así de vivir como tú viviste». Seguro que nos dirá: «Les continúo entregando la Eucaristía como ese signo-símbolo completo de mi vida, pues es relato y la fotografía que condensa toda mi vida. Por eso les dije:”Hagan esto en memoria mía”. La maravilla de esta herencia que comparto con ustedes consiste en que, cada vez que se reúnan para hacer memoria mía, yo mismo estaré presente. Seré yo mismo el que celebre con ustedes».
Tremenda responsabilidad la nuestra, la de toda la Iglesia: celebrar dignamente este memorial de Jesús ‘comiendole’ y ‘bebiéndole’ hasta convertir a todo el pueblo en una fiesta, en una comida planetaria inundada del espíritu del Resucitado. Si comemos y bebemos desde los valores del Reino y lo celebramos en la Eucaristía, veremos una Iglesia en salida invitando a los que viven y sufren en las periferias del mundo a formar parte de esta multiplicación y reparto del Pan de Vida que es Jesús.
Nos toca revisar nuestras Eucaristías, dejando la rutina en la que hemos caído como Iglesiahasta convertir nuestros espacios de comunidad en mesas siempre disponibles, con asientos suficientes para los excluidos y abandonados que encontremos en los cruces de los caminos.
“Somos nosotros los que hemos de centrar nuestras comunidades cristianas en la persona de Jesús como la única fuerza capaz de regenerar nuestra fe gastada y rutinaria” (J. Pagola).