Primera lectura: Isaías 50,5-9a:
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban
Salmo: 116:
Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida
Segunda lectura: Santiago 2,14-18:
La fe, si no tiene obras, está muerta por dentro
Evangelio: Marcos 8,27-35:
“Tú eres Cristo… el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho”
24º Ordinario Nuestra Señora de los Dolores
28 Le respondieron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que uno de los profetas.
29 Él les preguntó a ellos: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Respondió Pedro: Tú eres el Mesías.
30 Entonces les ordenó que a nadie hablaran de esto.
31 Y empezó a explicarles que el Hijo del Hombre tenía que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los letrados, sufrir la muerte y después de tres días resucitar. 32 Les hablaba con franqueza. Pero Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderlo.
33 Mas él se volvió y, viendo a los discípulos, reprendió a Pedro: ¡Aléjate de mi vista, Satanás! Tus pensamientos son los de los hombres, no los de Dios.
34 Y llamando a la gente con los discípulos, les dijo: El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga.
35 El que quiera salvar su vida, la perderá; quien la pierda por mí y por la Buena Noticia, la salvará.
El seguimiento de Jesús es una invitación a transitar un camino que nos procura libertad, pero no es fácil mantenerse en esta convicción. El primer lugar de confrontación serán siempre nuestras expectativas que, en ocasiones, nos impiden abrazar el proyecto propuesto por Dios en Jesús.
La pregunta que Jesús formula a su comunidad es fundamental para definir en qué consiste el seguimiento. Es un poner en claro, después de un poco de camino, quién es este Maestro y qué significa hacer una opción por él y por sus enseñanzas. La comunidad discipular, haciendo eco de la vox populi (la voz del pueblo), da signos de que, para muchos, Jesús se asemeja a los antiguos profetas de Israel por su palabra de fuego y porque continúa invitando a la transformación de las estructuras.
Pocos son los que pueden reconocer lo nuevo de Jesús. Salvo Pedro que, con convicción, reconoce su mesianismo.. He aquí otro punto; un diálogo a doble nivel. Para Pedro, hombre del pueblo de Israel, el mesianismo de Jesús tiene que responder a las esperanzas antiguas del Pueblo. Para esto debe ser salvífico y glorioso, sin sufrimientos. La respuesta de Jesús no descarta esto, pero plantea la nueva lógica de esta gloria y de esta Salvación: se alcanzan por medio de la cruz. Dios no nos salva con un portentosino desde lo más ordinario y doloroso que cada uno lleva dentro. La redención supone tiempo y aceptación.
El resultado de este intercambio de comprensión mesiánica hace que Pedro se resista de un modo “humano” a concebir este tipo de final que sabe a fracaso mientras que Jesús se solidariza con los dolores de tantos a quienes también se les impone la “cruz” sin merecerlo. Pedro quiere que se cumpla la venganza o el desquite de Dios para no repetir la tragedia del siervo sufriente presentado por Isaías. Según su modo de creer, el mesianismo sabe a victoria bélica o a una intervención portentosa de Dios. No concibe este camino solidario que Jesús espera transitar con los últimos de la historia cargando en su cruz todas las cruces. En definitiva, la Salvación sólo se hace real y efectiva cuando sostiene y soporta el dolor ajeno.
La Carta de Santiago, siempre directa, retoma esta idea e interpela haciendo notar que la obra mesiánica continúa cuando la fe se concreta en obras de amor sostenido hacia los más pobres y vulnerables de la comunidad. En este sentido bien podríamos preguntarnos: ¿Cómo hacemos vida el Evangelio en nuestras prácticas comunitarias?
“Asumir la cruz como Jesús es buscar la fidelidad a Dios y el servicio a los hermanos, incluso en ausencia de la felicidad inmediata” (J. Pagola).