Primera lectura: Is 7,10-14; 8,10:
“Miren: la virgen está encinta”
Salmo: 40:
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”
Segunda lectura: Heb 10,4-10:
Está escrito: "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad"
Evangelio: Lc 1,26-38:
“Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo”
Anunciación del Señor
27 a una virgen prometida a un hombre llamado José, de la familia de David; la virgen se llamaba María.
28 Entró el ángel a donde estaba ella y le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
29 Al oírlo, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué clase de saludo era aquél.
30 El ángel le dijo: No temas, María, que gozas del favor de Dios.
31 Mira, concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús.
32 Será grande, llevará el título de Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
33 para que reine sobre la Casa de Jacob por siempre y su reino no tenga fin.
34 María respondió al ángel: ¿Cómo sucederá eso si no convivo con un hombre?
35 El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el consagrado que nazca llevará el título de Hijo de Dios.
36 Mira, también tu pariente Isabel ha concebido en su vejez, y la que se consideraba estéril está ya de seis meses.
37 Pues nada es imposible para Dios.
38 Respondió María: –Yo soy la sirvienta del Señor: que se cumpla en mí tu palabra. El ángel la dejó y se fue.
Hoy nos encontramos como comunidad para celebrar con alegría la memoria de la manifestación de Dios en la vida de María, haciéndola protagonista de su proyecto salvífico. Para el pueblo de Israel la única vía por la que las mujeres participaban de esa bendición era uniéndose en matrimonio y engendrando descendencia para el varón. El que una mujer sin necesidad de varón se convirtiera en portadora de la bendición de Dios era algo impensable. Dios dignifica a María, que reconoce con humildad sus límites. He aquí lo novedoso del «se cumpla en mí» de María porque Dios cuenta con su libre y decidido asentimiento. Ojalá se pusiera mayor atención a las anunciaciones de las que Dios se vale para dignificar y resguardar toda vida en su integridad. Que el testimonio y la valentía de María continúen animando a las comunidades cristianas para que sean el lugar donde acontezcan nuevas anunciaciones. Que cada creyente sienta fecunda su vida al volver cada semana del encuentro con Dios en la Comunidad de Fe.
“Necesitamos ser recreados por la fuerza del Resucitado, sin contentarnos con seguir instalados en los comportamientos y las palabras convencionales de siempre” (J. Pagola).