Primera lectura: 1Jn 5,5-13:
El espíritu, el agua y la sangre
Salmo: 147:
“Glorifica al Señor, Jerusalén”
Evangelio: Mc 1,6b-11:
“Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”
(Epifanía en algunos países: ver 7 de Enero) Melchor – Gaspar – Baltasar
7 Y predicaba así: Detrás de mí viene uno con más autoridad que yo, y yo no soy digno de agacharme para soltarle la correa de sus sandalias.
8 Yo los he bautizado con agua, pero él los bautizará con Espíritu Santo.
9 En aquel tiepo vino Jesús desde Nazaret de Galilea y se hizo bautizar por Juan en el Jordán.
10 En cuanto salió del agua, vio el cielo abierto y al Espíritu bajando sobre él como una paloma.
11 Se escuchó una voz del cielo que dijo: Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto.
La liturgia de la Palabra de hoy nos presenta el testimonio de Jesús como el Hijo enviado. El apóstol Juan, en su primera epístola, afirma que Jesucristo es el Hijo de Dios y tres son los testigos de ello: el Espíritu, el agua y la sangre, como fundamentos naturales de la vida del ser humano. Ciertamente, Palabra y vida es lo que comunica y trae el Maestro; nos da la vida porque “él bautizará con Espíritu Santo”. Por tanto, la predicción de Jesús como el elegido, el querido por Dios, es en realidad la confirmación de la promesa hecha al pueblo judío. Esta promesa ahora es universal: por medio del bautismo que recibimos en él, somos hijos de Dios y herederos de esta tarea misionera. Esta elección no es un privilegio, como lo entendió Israel, sino el llamado a dar testimonio insertos en un mundo hostil donde impera la muerte y la falta de vida verdadera en las personas. Este Espíritu llega a nosotros para seguir dando vida con sus Palabras a través de la comunidad universal: La Iglesia.
“La Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas” (EG 22)