Primera lectura: Ap 10,8-11:
“Tomé el librito y me lo comí”
Salmo: 119:
¡Qué dulce al paladar tu promesa!
Evangelio: Lc 19,45-48:
“Mi casa es de oración, no cueva de bandidos”
33ª Semana Ordinario Santa Cecilia (177)
46 diciéndoles: Está escrito que mi casa es casa de oración y ustedes la han convertido en cueva de asaltantes.
47 A diario enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los letrados y los jefes del pueblo intentaban matarlo;
48 pero no encontraban cómo hacerlo, porque todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras.
Jesús llega a la ciudad de Jerusalén. Ha terminado su peregrinación misionera y profética. Entra en la explanada del Templo. Allí estaban las mesas de los que cambiaban dinero “profano” por las monedas que se podían emplear para la compra de animales votivos, para los sacrificios. Se acerca la gran fiesta de la pascua y todo está preparado para esta gran celebración, que podría albergar hasta 100 mil personas. Jesús se revela como el gran profeta escatológico que purifica el Templo con el azote de la justicia divina. Denuncia la corrupción del sistema religioso. En todo caso queda claro que la codicia y la ambición de poder no caben dentro del proyecto de Dios y, por ello, la fuerte denuncia de Jesús a favor de una reforma. Ante la corrupción, la injusticia y la violencia de esa estructura religiosa, Jesús nos invita a construir espacios comunitarios donde cada uno de sus miembros sea una piedra viva. Oremos para que la vivencia religiosa y de la fe se purifique y no caiga en un intercambio comercial.
“Existe la necesidad permanente de una conversión religiosa que conduzca del miedo a Dios al amor del Padre” (J. Pagola).