Primera lectura: Deuteronomio 6,2-6:
Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón
Salmo: 18:
“Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza”
Segunda lectura: Hebreos 7,23-28:
Como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa
Evangelio: Marcos 12,28b-34:
No estás lejos del reino de Dios
31º Ordinario San Martín de Porres (1639)
29 Jesús respondió: El más importante es: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es uno solo. 30Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas.
31 El segundo es: Amarás al prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos.
32 El letrado le respondió: Muy bien, maestro; es verdad lo que dices: el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él.
33 Que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
34 Al ver Jesús que había respondido acertadamente, le dijo: No estás lejos del reino de Dios.
La pregunta del letrado o maestro de la Ley resulta aparentemente fuera de lugar. Estos personajes eran doctos en el conocimiento de la lLey. Dominaban perfectamente los 613 preceptos de carácter religioso que regían al pueblo de Israel en los tiempos de Jesús. La Ley que, en sus orígenes, sirvió para garantizar la libertad, la justicia y la paz, se había convertido en instrumento de dominación y deshumanización.
La pregunta del maestro de la Ley tiene una segunda intención: poner a prueba a Jesús sobre la solidez del conocimiento del sistema legal vigente. La respuesta de Jesús resume el corazón de la ley: amar a Dios, amar al prójimo, amarse a sí mismo no como tres realidades separadas sino correlativas. Amar a Dios necesariamente implica amar al prójimo, al próximo, no importa si es de la familia, de la comunidad, de la misma raza o de la misma nación. Amar a Dios es buscar en todo momento su voluntad y poner todo el empeño posible para que se realice en medio de nuestra realidad personal, familiar, eclesial y social.
El próximo es el que está ahí, cerca de mí y necesita de mi ayuda, de mi solidaridad, de mi acogida y hospitalidad. Recordemos la Parábola del Samaritano compasivo. Amarnos a nosotros mismos es reconocer la impronta, la huella de Dios que ha sido plasmada en lo más hondo de nuestro ser. E implica apreciarnos como obra suya, con todos los dones que nos ha dado, y en consecuencia cuidarnos para servir más y mejor a nuestros hermanos y hermanas.
San Juan, en su Tercera Carta, abundará en esta reflexión: Quien ama a Dios, necesariamente ama a su hermano; en consecuencia, quien odia, rechaza, violenta, oprime, explota o margina a otro ser humano lo está haciendo al mismo Dios. También Mateo profundiza en esta realidad en el llamado «juicio a las naciones» (Mt 25,31-47). En realidad, el amor oblativo, solidario, compasivo, social (la amistad social a la que refiere el Papa Francisco), político, ecológico (a propósito de los esfuerzos por fortalecer los vínculos con el resto de las criaturas), en cuanto búsqueda del bienestar para todos, es un imperativo de nuestra fe. Con razón san Juan de la Cruz dice que “al final de la tarde nos examinarán en el amor”.
¿De qué forma vives en tu familia y en tu comunidad social, eclesial, laboral esta experiencia del amor a Dios y al prójimo? ¿En qué gestos o actitudes se manifiesta la “amistad social” en tu ambiente próximo? ¿Cómo podemos los creyentes aportar a la trasformación de una sociedad y una cultura centrada en el egoísmo, la indiferencia y la insensibilidad social?
“Vivir en acción de gracias nos dispone a contemplar la tierra como don de Dios creador que nos la regala para que la compartamos” (J. Pagola).