Primera lectura: Hechos 10,25-26.34-35.44-48:
El don del Espíritu Santo se derramó también sobre los gentiles
Salmo: 98:
El Señor revela a las naciones su justicia
Segunda lectura: 1 Juan 4,7-10:
Dios es amor
Evangelio: Juan 15,9-17:
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos
6º de Pascua San Estanislao Kazimierczyk (1489)
10 Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor; lo mismo que yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
11 Les he dicho esto para que participen de mi alegría y sean plenamente felices.
12 Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado.
13 Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos.
14 Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando.
15 Ya no los llamo sirvientes, porque el sirviente no sabe lo que hace su señor. A ustedes los he llamado amigos porque les he dado a conocer todo lo que escuché a mi Padre.
16 No me eligieron ustedes a mí; yo los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto, un fruto que permanezca; así, lo que pidan al Padre en mi nombre él se lo concederá.
17 Esto es lo que les mando, que se amen unos a otros.
La fuerza de la Pascua es siempre esa oportunidad para dignificar toda vida, erradicando las marcadas diferencias entre personas y el maltrato al resto de los seres creados, además de sacar al ser humano del centro de la Creación para que deje de instrumentalizarla de espaldas al plan de Dios. Jesús promovió una convivencia igualitaria con su comunidad discipular para que manifestaran el amor especialmente a los excluidos u olvidados.
En la primera lectura nos encontramos con otro Pentecostés manifestando que el Espíritu Santo no está reservado para unos cuantos privilegiados sino para todo aquel que quiera recibirlo. Dios no hace distinción de personas y no deja de sorprender la forma que tiene de hacerse cercano y providente. Entristece encontrar en la Iglesia a personas que, por su ministerio, se sienten superiores o privilegiados olvidando que todo es por gracia y que el servicio se ha de ejercer con humildad.
En la segunda lectura encontramos una sencilla pero profunda exposición teológica: «Dios es amor». Y ese Dios que nos habita y nos convoca a ser comunidad de hermanos y hermanas nos capacita o habilita para vivir en amor. Es un amor que no se agota; es todo un proyecto que invita a salir de sí al encuentro de la vida necesitada y más vulnerable. Esta afirmación de fe se dice fácil, pero cuesta vivirla o experimentarla. El amor brota, como agua de manantial, de lo profundo del corazón que se sabe sostenido por Dios. El reconocimiento consciente permite descubrir las huellas o manifestaciones de Dios en todo lo que hace posible la vida en el entorno que nos rodea. Hoy es un buen día para hacer memoria de cuando fuimos dados a luz y mostrar gratitud a quienes hicieron posible nuestra existencia y desarrollo.
En el Evangelio, la confesión de amor de Jesús hacia sus discípulos significó verlos, llamarlos, conocerlos, formarlos y confiarles el proyecto al que se consagró hasta dar la vida. Y solo quienes con valor y honestidad apuestan por el amor como camino humanizador hacen posible que el mundo se transforme, pues renuncian a intereses egoístas y a la mundanidad espiritual. El proyecto del amor cristiano busca dar sentido a la vida gastándola en favor de las causas que promueven la justicia, la paz, el cuidado de la Creación y el respeto a los derechos humanos. Ser elegidos amigos de Jesús no es formar parte de un club elitista; es dar testimonio y frutos de vida nueva. Pidamos por la misión de la Iglesia para que, lejos del éxito, se esmere con todas sus fuerzas y recursos por vivir y manifestar el amor de Dios.
“Dios tiene una primacía absoluta y no puede ser reemplazado por nada. Lo primero es amar a Dios: buscar su voluntad, entrar en su reino” (J. Pagola).