Primera lectura: Deuteronomio 18,15-20:
“Suscitaré un profeta y pondré mis palabras en su boca”
Salmo: 95:
“Ojalá escuchen hoy la voz del Señor; no endurezcan su corazón”
Segunda lectura: 1 Corintios 7,32-35:
La mujer soltera se preocupa por los asuntos del Señor
Evangelio: Marcos 1,21-28:
No enseñaba como los letrados, sino con autoridad
4o Ordinario Santo Tomás de Aquino (1274)
22 La gente se asombraba de su enseñanza porque lo hacía con autoridad, no como los letrados.
23 Precisamente en aquella sinagoga había un hombre poseído por un espíritu inmundo, que gritó:
24 ¿Qué tienes contra nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: ¡el Consagrado de Dios!
25 Jesús le increpó: ¡Calla y sal de él!
26 El espíritu inmundo sacudió al hombre, dio un fuerte grito y salió de él.
27 Todos se llenaron de estupor y se preguntaban: ¿Qué significa esto? ¡Una enseñanza nueva, con autoridad! Hasta a los espíritus inmundos les da órdenes y le obedecen.
28 Su fama se divulgó rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea
Jesús, en el Evangelio, promueve una nueva forma de enseñar, con autoridad, en coherencia con lo que vive. Su enseñanza libera del miedo a ley, a diferencia de los letrados que, por una interpretación simplista y mediocre, anquilosada y traicionera, se convierten en verdugos de los demás.
Hoy que está tan devaluada o degenerada “la palabra”, es bueno preguntarnos si lo que escuchamos o comunicamos le hace bien a nuestra vida y a quienes nos rodean; o, si por el contrario, nos manipula y adormece. Jesús no vino con una palabra aduladora o mentirosa, porque no buscaba protagonismo ni poder; pero como profeta de su tiempo sabía de la fuerza liberadora de la Palabra capaz de denunciar o evidenciar todo lo que oprime y maltrata la vida.
Cada creyente está llamado por vocación bautismal a ser profeta, es decir portador de la voz de Dios, no para predecir sino para evidenciar cuando en el presente se está comprometiendo el futuro y la vida de las personas. Además, en comunidad y en diálogo sincero, hemos de ser capaces de discernir, dejando atrás la ingenuidad y la infravaloración. Las comunidades de Jesús tenemos que estar bien informadas y desarrollar un espíritu crítico que nos permita ganar en autonomía y libertad.
El Evangelio nos señala que el espíritu inmundo lo tenía “un hombre” que se encontraba en la sinagoga, uno cualquiera, en nada distinto de cada uno de nosotros, que incluso participamos de la vida eclesial. Los demonios o espíritus inmundos no son seres raros que vulneran a las personas, son estados interiores que desintegran al ser humano erosionando sus valores e impidiéndole manifestar a Dios. No nos extrañe que, cuando nos dejamos ganar por malos pensamientos o sentimientos, nos estemos enfrentando a esas fuerzas destructoras de la fe y la comunión.
Identificar la presencia del mal no tiene que ver con posesiones terroríficas sino con aquello que nos esclaviza de manera sútil. Cuando dejamos a Jesús iluminar nuestra vida, todo lo malo es puesto en evidencia; aquello que es dañino y busca destruirnos no subsiste. Por eso es necesario pedir a Dios que suscite profetas, hombres y mujeres que, con su palabra y testimonio, sean portadores de su mensaje de vida.
A propósito de la Palabra y su efecto liberador, decía el misionero claretiano Teófilo Cabestrero: “La Palabra de Dios que no se sufre, no se ha escuchado ni se vive, ni se anuncia con el propio testimonio; no ha llegado aún al corazón” (La Misión en el Corazón, 1991).
“No es que a Jesús no le preocupe el pecado, sino que, para él, el pecado que ofrece mayor resistencia al reino de Dios es precisamente causar sufrimiento o tolerarlo con indiferencia, desentendiéndose de él” (J. Pagola).