Primera lectura: Jeremías 31,7-9:
Ciegos y cojos, los guiaré entre consuelos
Salmo: 126:
El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres
Segunda lectura: Hebreos 5,1-6:
Tú eres Sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec
Evangelio: Marcos 10,46-52:
“Maestro, que pueda ver”
30º Ordinario Santos Vicente, Sabina y Cristeta (s. IV)
47 Al oír que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ¡compadécete de mí!
48 Muchos lo reprendían para que se callase. Pero él gritaba más fuerte: ¡Hijo de David, compadécete de mí!
49 Jesús se detuvo y dijo: Llámenlo. Llamaron al ciego diciéndole: ¡Ánimo, levántate, que te llama!
50 Él dejó el manto, se puso en pie y se acercó a Jesús.
51 Jesús le preguntó: ¿Qué quieres de mí? Contestó el ciego: Maestro, que recobre la vista.
52 Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Al instante recobró la vista y lo seguía por el camino.
En el camino del discipulado le corresponde ahora el turno a Bartimeo. Dos características resaltan de este personaje: mendigo y ciego. El personaje se encuentra totalmente limitado. Si es mendigo es porque está totalmente pobre. Necesita pedir para poder sobrevivir. La enfermedad de la ceguera lo coloca entre “los despreciados de Dios”. Además, está a las afuera de la ciudad (marginado) a un lado del camino (excluido).
Jesús camina con mucha gente. Bartimeo alcanza a percibir su presencia. Por eso reclama un poco de compasión. Seguramente ha tenido noticias del poder curativo de Jesús. En los acompañantes de Jesús se percibe una doble actitud. Primero lo conminan para que calle; cuando Jesús lo escucha y lo manda llamar, lo animan a que se levante. Jesús no pasa desapercibido ante el sufrimiento humano.
Los gritos del pobre llegan a sus oídos y lo mueven a compasión. No se hace rogar ante el pedido del ciego. Le devuelve la vista subrayando la fuerza de la fe. ¡Cuántos ciegos están a la vera de los caminos de la historia rechazados por las estructuras injustas de la sociedad! Muchas son las cegueras producidas por la extrema pobreza o la alienación de la cultura dominante que embriaga las conciencias.
Y cuántos los gritos de millones de víctimas que viven el rigor de la guerra, de las múltiples formas de violencia que afectan a la humanidad… Cuántos clamores desgarradores que salen de las cárceles de torturas de los regímenes dictatoriales y totalitarios… cuántos lamentos de niños abandonados en las calles o de jóvenes sumidos en el maldito flagelo de la drogadicción, sin esperanzas de un futuro mejor… gritos de mujeres heridas y maltratadas, de ancianos abandonados a su suerte, de campesinos despojados de sus terruños, de indígenas a quienes se les ha negado su cultura y su historia... Y a veces quienes nos consideramos “gente de bien”, porque estamos encapsulados en nuestra zona de confort, queremos que se callen, que no nos fastidien…
Pero Jesús se hace presente en muchas personas, comunidades y organizaciones solidarias que escuchan estos gritos de dolor y de tristeza, generando con sus acciones esperanza y oportunidades de libertad. Es hora de examinar nuestra propias ceguera y miserias y pedirle a él que nos libere de todas las ataduras. Pero también es tiempo de dejarnos alcanzar por el sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas, moviéndonos a una compasión solidaria y eficaz. ¿Cómo vives la experiencia de la solidaridad en tu comunidad, tu familia y tu Iglesia?
“De alguna manera, todos podemos ser estímulo y fuente de esperanza para los demás” (J. Pagola).