Primera lectura: Hechos 4,8-12:
Ningún otro puede salvar
Salmo: 118:
La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular
Segunda lectura: 1 Juan 3,1-2:
Veremos a Dios tal cual es
Evangelio: Juan 10,11-18:
El buen pastor da la vida por sus ovejas
4º de Pascua San Anselmo (1109)
12 El asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, escapa abandonando las ovejas, y el lobo las arrebata y dispersa.
13 Como es asalariado no le importan las ovejas.
14 Yo soy el buen pastor: conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí,
15 como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy la vida por las ovejas.
16 Tengo otras ovejas que no pertenecen a este corral; a ésas tengo que guiarlas para que escuchen mi voz y se forme un solo rebaño con un solo pastor.
17 Por eso me ama el Padre, porque doy la vida, para después recobrarla.
18 Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y para después recobrarla. Éste es el encargo que he recibido del Padre.
Continuamos viviendo un tiempo de alegría y luz gracias al impulso de la Resurrección. Es importante afirmar que, en Cristo resucitado, la humanidad encuentra una alternativa de vida plena.
En la primera lectura vemos a Pedro defendiéndose de las autoridades judías, las mismas que habían apresado, torturado y crucificado a Jesús. Y en este sentido es muy triste ver a comunidades cristianas replegadas e indiferentes frente a tantas situaciones de injusticia social cometidas. Ni el éxodo migrante, ni la explotación laboral, ni los femicidios, ni el abuso a menores, ni la corrupción de los gobiernos, ni el uso indiscriminado de los bienes naturales parecen ser temas de interés en los movimientos o grupos de Iglesia. Quien se interesa pasa por ser una persona de la teología de la liberación o con tendencia de izquierda. Mientras tanto dejamos a Jesús crucificado sin resucitar con él. La profesión de fe de Pedro deja claro que la fe pascual impulsa a liberar de toda opresión a quienes viven paralizados o postrados por el poder del mal. La Carta de Juan refuerza esta dimensión liberadora recordando la condición no de esclavitud sino de filiación bajo la que estamos llamados a vivir. Pero normalmente se disocia la condición divina de lo humano. Tendríamos que pensar en esa semejanza que llevamos impresa para manifestar la bondad de Dios con nuestros pensamientos, palabras y acciones cotidianas.
En el relato del evangelio nos acompaña Jesús, el “buen pastor” que conoce, cuida, ama, protege y da la vida por sus ovejas, a diferencia de un asalariado. Esta concepción de buen pastor recoge el carácter salvífico-liberador de la primera lectura y el amor incondicional paterno-materno de la segunda. En las comunidades de Jesús toda persona ha de encontrar esa confianza y acompañamiento del pastor hacia su rebaño y permanecer en el consuelo y el amor del Dios Padre-Madre que defiende la dignidad de sus hijos e hijas. Jesús continúa comprometiendo la misión de la Iglesia, que ha de saberse siempre próxima y celosa de la vida de sus fieles.
Hoy, cuando la vida resulta amenazada por múltiples factores de tipo económico, político y cultural, es justo y necesario reafirmar en las comunidades eclesiales la opción por el cuidado, el respeto y la dignidad de todas las creaturas. En los encuentros y acciones pastorales, necesitamos promover esa transformación de actitudes que nos hagan salir del conformismo y las inercias. En ese sentido es pertinente preguntarnos: ¿En qué se nota que actúo como hijo e hija de Dios y no como esclavo?, ¿qué hago para incluir en el rebaño esas ovejas lejanas o distintas?
“A nadie olvida, a nadie da por perdido. Él tiene sus caminos para buscar y encontrar a quienes las religiones olvidan” (J. Pagola).