Primera lectura: Éxodo 24,3-8:
Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con ustedes
Salmo: 116
Alzaré la copa de salvación, invocando el nombre del Señor
Segunda lectura: Hebreos 9,11-15:
La sangre de Cristo purificará nuestra conciencia
Evangelio: Marcos 14,12-16.22-26:
Este es mi cuerpo. Esta es mi sangre
EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO
13 Él envió a dos discípulos encargándoles: Vayan a la ciudad y les saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua. Síganlo
14 y donde entre, digan al dueño de casa: Dice el Maestro que dónde está la sala en la que va a comer la cena de Pascua con sus discípulos.
15 Él les mostrará un salón en el piso superior, preparado con divanes. Preparen allí la cena.
16 Salieron los discípulos, se dirigieron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
22 Mientras cenaban, tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo.
23 Y tomando la copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y bebieron todos de ella.
24 Les dijo: Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos.
25 Les aseguro que no volveré a beber el fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios.
26 Después cantaron los salmos y salieron hacia el monte de los Olivos.
Los sacrificios a los que asistimos en el Antiguo Testamento tienen como finalidad la expiación de las culpas frente a lo que se consideraba la ira de Dios. En las culturas vecinas al pueblo hebreo, llegaban incluso a sacrificar vidas humanas para no ser castigados y mantener contentos a los dioses, que eran muy celosos. El proceso de configuración de la fe del Pueblo los llevó a reconocer que a Dios no le agradaban ni los sacrificios humanos ni víctimas animales o chivos expiatorios. Incluso, parece haber confusión con el Dios de Jesús, a quien se le han atribuido las características de un “dios pagano” que sádicamente entregó a su hijo y no hizo nada para salvarlo de la cruel tortura de la cruz.
Jesús no muere porque Dios así lo quiso o porque le agradara verlo sacrificarse. A Jesús lo mataron porque resultaba incómoda su propuesta de amor a los empobrecidos y de transformación de las realidades injustas. La solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo es muy significativa para la mayoría de los pueblos latinoamericanos. Además de despertar y animar el sentido de piedad y devoción a la Eucaristía, su celebración nos invita a considerar que Jesús, con su entrega, continúa solidarizándose con todas las víctimas de los sistemas políticos y sociales de nuestro mundo. En sintonía con lo que esta fiesta realmente representa, necesitamos pasar de la mentalidad religiosa que busca la penitencia y el sacrificio religioso al amor oblativo que busca la justicia de Dios y la defensa y el cuidado de toda forma de vida.
El evangelio narra el rito pascual judío durante la Fiesta “de los ázimos” (o panes sin levadura). Jesús toma estos elementos –el pan sin levadura y la copa de vino– para declarar a la comunidad discipular que ellos son su Cuerpo y su Sangre dentro del contexto de una cena que renueva la Alianza de Dios con su Pueblo. El sentido de los gestos de Jesús es proponer una nueva comida sacrificial donde él mismo actúa de sacerdote y a la vez es sacrificio, anticipando y dándole sentido redentor a su ejecución en la cruz. Jesús se dona a sí mismo como alimento para el mundo, para renovar a la humanidad e inaugurar un tiempo nuevo, la era mesiánica.
En ese sentido la liturgia de este día nos invita a dar culto a la Eucaristía con nuestra entrega, no como penitencia sino como ofrenda amorosa al Dios que quiere la vida y no la muerte de sus hijos e hijas. En nuestras comunidades, ¿somos eucaristías vivas que nos damos en favor de otros, en especial de los que menos tienen y son marginados?
“Celebrar la Eucaristía es, sobre todo, decir como él: Esta vida mía no la quiero guardar exclusivamente para mí” (J. Pagola).