Primera lectura: Hechos 3,13-15.17-19:
Mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucito
Salmo: 34:
“Haz brillar en nosotros el resplandor de tu rostro”
Segunda lectura: 1 Juan 2,1-5a:
Él es la víctima de propiciación por nuestros pecados
Evangelio: Lucas 24,35-48:
Convenía que Cristo padeciese y resucitase al tercer día, de entre los muertos
3°Semana de Pascua Santa Liduvina (1433)
La alegría y la fuerza espiritual del tiempo pascual quieren animar a las comunidades cristianas a continuar siendo testimonio vivo de la fe en Cristo resucitado. Para ello es necesario sentirse protagonistas de procesos dignificadores y de liberación intregal como lo vivieron las comunidades en sus orígenes.
En la primera lectura, Pedro reconoce la misión de Jesús como parte del plan de Salvación trazado por Dios desde antiguo y denuncia la insensatez de las autoridades judías al no reconocerlo, traicionando con ello la causa que todo el Pueblo de Israel esperaba. Esto nos podría conectar con esos momentos en los que la Iglesia ha tenido que pedir perdón por no ser fiel a la misión encomendada. Reconocer la voluntad de Dios no es fácil, pero si vemos que se va tras el poder, los privilegios o la acumulación de bienes ya podría generarnos inquietud e invitarnos al discernimiento.
En la segunda lectura, la Carta de Juan invita a cada creyente a ser sincero consigo mismo para no caer en el auto-engaño. El auto-justificarse no sirve de nada si no conduce al cambio de actitudes porque sólo abonará que el corazón se acostumbre al pecado. Cuidado con ponernos una máscara para ir a la Iglesia comportándonos como fieles cumplidores y emplear otras cuando recurrimos a la mentira o a la injusticia. Se trata de una invitación no solo a aceptar a Cristo sino a dar testimonio con acciones y palabras.
Nos encontramos con una comunidad discipular en proceso de comprender el trágico final de Jesús. Seguramente los señalamientos y las persecuciones posteriores complicaron el impulso misionero en aquella atemorizada comunidad. El recuerdo de estas dificultades de los orígenes ha de continuar animando los esfuerzos presentes por construir comunidad y llevar adelante la misión del Reino de Dios. Ante todo debe animar la presencia real y permanente de Jesús invitando a la paz y la confianza.
Nosotros también podemos reconocer la presencia del Resucitado en nuestra propia vida, no sólo por la gracia recibida en el bautismo o porque pertenecemos a una comunidad cristiana. Tendríamos que experimentarlo cercano y providente en aquellos momentos en los que el peso del dolor y las dificultades nos hace flaquear o dudar. Dar testimonio de Cristo Resucitado es hacer con otros este mismo camino paciente y amoroso hacia la luz pascual, siendo capaces de reconocer el antes y el después en nuestras vidas y en la de quienes caminan a nuestro lado.
¿Qué nos falta para hacer de nuestras comunidades hogares reconciliados y alegres?