Primera lectura: Is 6,1-8:
He visto con mis ojos al Rey y Señor
Salmo: 93:
El Señor reina, vestido de majestad
Evangelio: Mt 10,24-33:
“No teman a los que matan el cuerpo”
14ª Semana Ordinario Santa Teresa de los Andes (1920) San Enrique (1024)
25 Al discípulo le basta ser como su maestro y al sirviente como su señor. Si al dueño de casa lo han llamado Belcebú, ¡cuánto más a los miembros de su casa!
26 Por tanto no les tengan miedo. No hay nada encubierto que no se descubra, ni escondido que no se divulgue.
27 Lo que les digo de noche díganlo en pleno día; lo que escuchen al oído grítenlo desde los techos.
28 No teman a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma; teman más bien al que puede arrojar cuerpo y alma en el infierno.
29 ¿No se venden dos gorriones por unas monedas? Sin embargo, ni uno de ellos cae a tierra sin permiso del Padre de ustedes.
30 En cuanto a ustedes hasta los pelos de su cabeza están contados.
31 Por tanto, no les tengan miedo, que ustedes valen más que muchos gorriones.
32 Al que me reconozca ante los hombres yo lo reconoceré ante mi Padre del cielo.
33 Pero el que me niegue ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.
Podemos afirmar que el miedo es el mayor enemigo del Evangelio. El miedo paraliza y nos impide anunciar con fuerza y alegría la Buena Noticia. Eso sí, el Evangelio predicado sin miedo es peligroso para quienes se sienten dueños del mundo. El mensaje de la Buena Noticia, como vimos en los textos anteriores, desencadena persecuciones hasta en la propia familia. El peligro que corren los mensajeros es lo que el Papa Francisco ha llamado la “mundanidad espiritual”, acomodándose a los criterios de este mundo y cerrándose al Evangelio. Cuando el miedo es el dueño de nuestras vidas, nos volvemos mudos y dejamos libres a los que abusan de los débiles y de la misma madre tierra. Jesús propone que lo que nos dicta al oído lo anunciemos desde la azotea. Las tiranías se han apoyado en el miedo para imponerse y perpetuarse. Jesús nos prometió la presencia de su Espíritu que hablará en nosotros (Mt 10,20). Atendamos a las voces proféticas de nuestro tiempo y urjamos con nuestro testimonio la venida del Reino.
“En la espiritualidad cristiana hay poca nostalgia de un mundo más humano, sin demasiado consuelo y poca hambre de justicia” (J. Pagola).