Primera lectura: Os 14,2-10:
Israel florecerá como azucena
Salmo: 51:
“Mi boca proclamará tu alabanza, Señor”
Evangelio: Mt 10,16-23:
No hablarán ustedes sino el Espíritu
14ª Semana Ordinario Santa Azalia Ma. Guérin (1877) San Luis Martin (1894)
17 ¡Cuidado con la gente!, porque les entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas.
18 Les harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y los paganos.
19 Cuando les entreguen, no se preocupen por lo que van a decir;
20 pues no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre hablará por ustedes.
21 Un hermano entregará a la muerte a su hermano, un padre a su hijo; se rebelarán hijos contra padres y los matarán.
22 Serán odiados por todos a causa de mi nombre. Quien resista hasta el final se salvará.
23 Cuando les persigan en una ciudad, escapen a otra; les aseguro que no habrán recorrido todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre.
Otro aspecto inseparable en la misión es la persecución, que se presenta como oportunidad para dar testimonio. De esta manera los mensajeros entran en la dinámica de la cruz como entrega voluntaria de la propia vida. Jesús escogió a sus discípulos para vivir con él y como él, y un aspecto imprescindible son las contrariedades que suscita la propuesta del reino de Dios. No es que Jesús o la comunidad discipular busquen la cruz como penitencia, sino que la abrazan como expresión del amor. Es tan grande el contraste de la Buena Nueva del Reino y la situación de injusticia o pecado instalado en este mundo que las noticias alegres de los mensajeros chocan con el misterio de iniquidad. Ellos son «corderos en medio de lobos». Hasta en la propia familia se sufre esta crisis de incomprensión, como le sucedió a Jesús. Eso sí, en medio de la persecución, se experimenta la fuerza del Espíritu de Dios que da la elocuencia de palabras para defenderse. Tengamos presentes en nuestra oración a quienes son perseguidos por ser fieles a la Buena Noticia del Reino.
“La primera mirada de Jesús no se dirige al pecado del ser humano, sino a su sufrimiento” (J. Pagola).