Diario Bíblico en Español

11 de Agosto del 2024

Primera lectura: 1 Reyes 19,4-8:             
Con la fuerza de aquel alimento camino hasta el monte de Dios
Salmo: 34: 
“Gusten y vean qué bueno es el Señor”
Segunda lectura: Efesios 4,30–5,2: 
Vivan en el amor, como Cristo
Evangelio: Juan 6,41-51:                                           
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”

19º Ordinario Santa Clara de Asís (1253)

 
41 En aquel tiempo, los judíos murmuraban porque había dicho que era el pan bajado del cielo;
42 y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo dice que ha bajado del cielo?
43 Jesús les dijo: No murmuren entre ustedes.
44 Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré el último día.
45 Los profetas han escrito que todos serán discípulos de Dios. Quien escucha al Padre y aprende vendrá a mí.
46 No es que alguien haya visto al Padre, sino el que está junto al Padre; ése ha visto al Padre.
47 Les aseguro que quien cree tiene vida eterna.
48 Yo soy el pan de la vida. 49Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron.
50 Éste es el pan que baja del cielo, para que quien coma de él no muera.
51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne.
 
 
 
Comentario 

 

Seguimos compartiendo esta catequesis eucarística impartida por Jesús en vísperas de la Pascua como celebración anticipada de nuestra pascua permanente de comunión con Dios. Lo que celebramos en un culto lo debemos celebrar en la cotidianidad de la vida. El evangelio de hoy, remitiéndonos a la pascua judía, refuerza la invitación a ‘alimentarnos’ con el nuevo Cordero Pascual que nos dispone a la donación generosa de la vida. Primero, Jesús se retira cuando las muchedumbres quieren hacerle rey de un supuesto reinado que suprimiría mágicamente el hambre del mundo. Él nos invita a trabajar por ese pan que, al partirse y repartirse, engendra vida plena para todos y no para unos cuantos privilegiados.
Todos, todas, como Elías, caminamos por el desierto de la vida y necesitamos alimentarnos para seguir llevando nuestra vida a buen puerto. Pues aunque nos sintamos autosuficientes nos llega el día en que nos faltan las fuerzas y se hace necesaria la comunión fraternal y sorora. Si no lo hacemos entristecemos al Espíritu Santo, como nos recuerda Pablo en su Carta a los Efesios (Ef 4,30). Vivimos en sociedades que terminan despertando en muchos corazones sentimientos de rivalidad, ingratitud, frustración, por lo que necesitamos de esa fortaleza espiritual que viene de la comunión con Dios.
Hay una invitación a no prescindir de “los desiertos” de la vida, porque también cumplen su función. Si son ese momento o esa etapa en los que se necesita resistencia, es bueno no descuidar la rutina del cuidado físico y espiritual que nos permita transitar en buenas condiciones, sin tener que sufrirlos demasiado.
Jesús, su vida, su persona, su misterio pascual, su Evangelio, sus Bienaventuranzas son ese alimento que ha de fortalecernos para esa vida en plenitud: conocer al verdadero Dios y a Jesucristo, el enviado. Este es nuestro mayor honor, nuestra mayor gloria; lo más hermoso que podemos experimentar en la vida: haber conocido a Jesús y ser invitados a asumir esa nueva identidad: ser discípulos y discípulas de Jesús que vivimos la experiencia del Reino como parte de esa Comunidad fundada para vivir el amor y cultivar la fe en él, en los demás y en nosotros mismos.
El pan que baja y se abaja para dar vida es Jesús, comunión eucarística que también nos invita, como él, a ser eucaristías vivas dispuestas a la donación generosa de aquello que somos y tenemos sin buscar nada a cambio, seguros de que es el camino que nos conduce a la felicidad y a la vida en plenitud.

“Todos tenemos cierto riesgo de convertir a Cristo en objeto de culto exclusivamente, borrando los trazos de aquel profeta de fuego que recorrió Galilea” (J. Pagola).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El DIARIO BÍBLICO es un servicio desinteresado y no lucrativo que los Misioneros Claretianos de América hacen a la Nueva Evangelización, para las iglesias locales del Continente y de otras iglesias hispanoparlantes de más allá.

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