Primera lectura: Eclesiástico 3,2-6.12-14:
El que teme al Señor honra a sus padres
Salmo: 128:
Dichoso el que respeta al Señor y sigue sus caminos
Segunda lectura: Colosenses 3,12-21:
Dichoso el que respeta al Señor y sigue sus caminos
Evangelio: Lucas 2,41-52:
Los padres de Jesús lo encuentran en el templo en medio de los maestros
SAGRADA FAMILIA
Hoy se puede hablar con más naturalidad del cuidado de la vida, no sólo en beneficio del género humano sino del propio planeta y sus ecosistemas. El Papa Francisco insiste en que “el daño que la humanidad está haciendo al planeta ya no se limita al clima, al agua y al suelo, sino que ahora amenaza la vida misma en la Tierra” (Escuela Laudato Si, 2022). Y es que, si realmente agotamos las condiciones que hacen habitable la “Casa Común”, no hay futuro posible. En la tradición bíblica, la palabra hebrea be (“casa”) nos ubica en el lugar físico en el que habita la familia y también nos remite a la relacionalidad entre sus miembros e, incluso, al cuidado de la Creación. Una familia creyente es corresponsable de establecer vínculos con otras familias y de colaborar en la sostenibilidad del ecosistema en el que habita, posibilitando relaciones familiares armónicas y saludables. La misión de la familia en el plan de Dios tiene realidades que transformar no sólo en su seno sino en el mundo en el que vive.
En el libro de Ben Sirá (Eclesiástico) se da importancia a la estructura familiar como uno de los pilares que sostienen la vida social. Aunque se trataba de una sociedad patriarcal que daba toda la autoridad y privilegio al padre por encima de los demás, no podemos desestimar el respeto y veneración que se pide a los hijos e hijas, no a una figura déspota y de autoridad abusiva sino al padre y a la madre porque son fruto del amor que los ha engendrado. Y para que esto no se idealice, la Carta a los Colosenses recuerda que la misión de la familia no se lleva a cabo sin la ayuda de la gracia, por lo que hay que “revestirse de Cristo” para reconocer en cada uno de sus miembros la presencia viva de Dios. Aquí ya no se da cabida al menosprecio, la discriminación o el abuso; por el contrario, padres, madres, hijos e hijas, como nueva creación, inauguran un nuevo modelo de familia.
Es aquí donde nos concentramos en la escena del evangelio en la que Jesús abre el abanico de la familia ensanchando su corazón y reconociendo, sí, la paternidad de José y la maternidad de María, pero, ante todo, la paternidad de Dios que le invita a hacerse uno con todos, sin distinciones, en la gran familia universal de Dios. Demos gracias por esa familia que nos da cobijo y calor y pidamos por quienes carecen de ella.
“Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa” (GE 7).