Primera lectura: Hch 18,9-18:
“Muchos de esta ciudad son pueblo mío”
Salmo: 47:
Dios es el rey del mundo
Evangelio: Jn 16,20-23a:
Nadie les quitará la alegría
6ª Semana de Pascua San Juan de Avila (1569) San Damián de Molokai (1889)
21 Cuando una mujer va a dar a luz está triste porque le llega su hora. Pero, cuando ha dado a luz a la criatura, no se acuerda de la angustia por la alegría que siente de haber traído un hombre al mundo.
22 Así ustedes ahora están tristes, pero los volveré a visitar y se llenarán de alegría, y nadie les quitará su alegría.
23 Aquel día no me preguntarán nada.
La Pascua es un proceso vital que contiene un antes y un después: convierte la tristeza ante la muerte en oportunidad gozosa de experimentar la comunión espiritual con quien ya no está físicamente presente y nos enseña a valorar y cuidar más la vida (nuestra vida y la de todos cuantos nos rodean). Quien conoce esta tristeza se solidariza con los que atraviesan situaciones semejantes y se sostiene en la fe en el Dios que hace justicia y acompaña en la adversidad. En el evangelio, Jesús explica a sus discípulos que, aunque unos lloren mientras otros se diviertan, conocerán por fin el verdadero gozo. Aunque no exista una vida sin sufrimiento, la tristeza no prevalece porque llega el consuelo. Lo importante es lo que aprendemos en el dolor que sobreviene. Que no nos autoinfligimos sino que está dado por nuestra humana naturaleza. Un dolor que, en su Pascua, experimentó el mismo Cristo asegurándonos la Alegría que no muere. Es allí, en medio de las pruebas, que su amor hace florece y renueva el sentido completo de nuestra existencia.
“Dios hará lo mismo que hacía su Hijo por los caminos de Galilea: enjugar las lágrimas de nuestros ojos y llenar nuestro corazón de dicha plena” (J. Pagola).