Primera lectura: Am 2,6-10.13-16:
Revuelcan en el polvo al desvalido
Salmo: 50:
Atención, los que olvidan a Dios
Evangelio: Mt 8,18-22:
“¡Sígueme!”
13ª Semana Ordinario San Atilano Cruz (1928)
19 Entonces se acercó un letrado y le dijo: Maestro, te seguiré adonde vayas.
20 Jesús le contestó: Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.
21 Otro discípulo le dijo: Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre.
22 Jesús le contestó: Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.
Dos personas de la muchedumbre que siguen a Jesús se acercan porque quieren convertirse en discípulos permanentes. El primero es un letrado o escriba y del segundo no se tiene ninguna referencia. El letrado se dirige a Jesús como Maestro; lo trata como a un rabino o maestro fariseo de la época. Jesús no lo rechaza, pero le hace ver que el costo de seguirlo es no tener un hogar fijo o una estabilidad económica, porque posiblemente el escriba, mediante el discipulado con Jesús, pensaba adquirir cierto estatus. La otra persona le dice que, antes de seguirlo, primero debe enterrar a su padre, lo que puede ser interpretado como la petición de estar con su padre hasta que fallezca, para luego seguir a Jesús. La expresión «que los muertos entierren a sus muertos» expresa la radicalidad de seguir a Jesús y del reino de Dios, ya que otro familiar puede hacerse cargo del padre o enterrarlo. Nuestra fidelidad a Jesús y nuestro compromiso cristiano, ¿están condicionados por algún motivo ajeno al Evangelio?
“Los miedos en la comunidad cristiana son uno de los mayores obstáculos para reconocer a Jesús y seguirlo con fe como «Hijo de Dios»” (J. Pagola).