Primera lectura: Hch 3,11-26:
Mataron al autor de la vida; pero Dios lo resucitó de entre los muertos
Salmo: 8:
“Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!”
Evangelio: Lc 24,35-48:
Estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará al tercer día
En Octava de Pascua San Isidoro (636)
36 Estaban hablando de esto, cuando se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz esté con ustedes.
37 Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma.
38 Pero él les dijo: ¿Por qué se asustan tanto? ¿Por qué tantas dudas?
39 Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean, un fantasma no tiene carne y hueso, como ven que yo tengo.
40 Dicho esto, les mostró las manos y los pies.
41 Era tal el gozo y el asombro que no acababan de creer, entonces les dijo: ¿Tienen aquí algo de comer?
42 Le ofrecieron un trozo de pescado asado.
43 Lo tomó y lo comió en su presencia.
44 Después les dijo: Esto es lo que les decía cuando todavía estaba con ustedes: que tenía que cumplirse en mí todo lo escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.
45 Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura.
46 Y añadió: Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día;
47 que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén.
48 Ustedes son testigos de todo esto.
La experiencia de la resurrección no solo es un hecho personal. Es, ante todo, un hecho comunitario. La fe pascual envía a los testigos a vivir en comunidad el amor que vence todo egoísmo. El relato del evangelio nos muestra a una comunidad seguramente apesadumbrada, tal como lo atestiguan los discípulos de Emaús; probablemente acorralada por el miedo y la persecución de esos primeros días, necesitan mantener viva la experiencia pascual. El mismo Jesús, ahora resucitado, está de nuevo con ellos demostrando con sus manos y pies que su presencia no es delirio o invento de unos pocos. Les devuelve la seguridad y la valentía que tanto necesitaban por esos días. En torno a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, se han de vencer los temores y las dudas que hoy también asaltan a los creyentes, recordando que el camino de la fe no se vive en solitario sino en compañía de la comunidad. Vale la pena preguntarse: ¿Cómo se encuentran nuestra perseverancia y nuestro compromiso comunitario?
“O dejamos de ser simplemente adeptos de una religión y nos convertimos en seguidores de Jesucristo o nuestro cristianismo corre el riesgo de desaparecer” (J. Pagola).