Primera lectura: Génesis 22,1-2.9a.10-13.15-18:
El sacrificio de nuestro padre y patriarca Abrahán
Salmo: 116:
“Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida”
Segunda lectura: Romanos 8,31b-34:
Dios no perdonó a su propio Hijo
Evangelio: Marcos 9,2-10:
“Este es mi Hijo muy amado”
2º de Cuaresma San Luis Versiglia (1930)
3 su ropa se volvió de una blancura resplandeciente, tan blanca como nadie en el mundo sería capaz de blanquearla.
4 Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús.
5 Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a armar tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías
6 –No sabía lo que decía, porque estaban llenos de miedo–.
7 Entonces vino una nube que les hizo sombra, y salió de ella una voz: Éste es mi Hijo querido. Escúchenlo.
8 De pronto miraron a su alrededor y no vieron más que a Jesús solo con ellos.
9 Mientras bajaban de la montaña les encargó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos.
10 Ellos cumplieron aquel encargo, pero se preguntaban qué significaría resucitar de entre los muertos.
En esta segunda semana de Cuaresma somos interpelados a partir de nuestra respuesta de fe: ¿Estamos o no cumpliendo la voluntad de Dios? ¿O solo es un recurso al que acudimos si algo nos sale mal, si algo altera nuestros planes? Abraham es puesto como ejemplo de quien ha debido vencer el orgullo renunciando a sus caprichos personales y respetando la vida de las personas que ama sin cosificarlas a conveniencia. Al final, la prueba que atraviesa al tener que ofrendar a su propio hijo lo ayudará a saber si ha comprendido o no que Dios no quiere que utilice a los demás para salvarse. Porque, en última instancia, quien ha de sacrificarse es él mismo.
Rememorando los sacrificios de la Antigua Alianza, la Carta a los Romanos nos recuerda que a Dios no le agradan los sacrificios o ‘chivos expiatorios’ que este mundo busca desesperadamente para endiosarse. En Jesús, el mismo Dios es sacrificado en aparente fracaso, pero su amor redentor es capaz de resurgir de la muerte para convertirse en signo de esperanza.
El evangelio presenta la narración de la Transfiguración seis días después del primer anuncio de la Pasión para recordar que ese camino redentor Jesús no lo transitará solo, sino que tendrá la fortaleza del Dios que le ha llamado «Hijo querido». Con la presencia de Moisés y Elías, Jesús es confirmado para la misión de manifestar su esencia humano-divina desfigurada por quienes se oponen al proyecto de Dios: dar la vida para salvar al mundo de la deshumanización y la maldad.
Pedro es el reflejo de quien no quiere abrazar el fracaso en la misión del Reino, por lo que le parece mejor quedarse en este punto, rodeados de la gloria y la presencia de Dios. Existe ese temor de asumir las consecuencias de la labor misionera. Por eso se acomoda e invita a Jesús a permanecer allí. ¡Para qué molestarse en llegar al extremo de dar la vida si se está tan bien así! Abraham y Pedro reflejan la actitud de muchas personas en la Iglesia que aceptamos el plan de Dios hasta que no se le vaya la mano y nos pida o exija dar la vida.
Reconozcamos entonces las tres ideas-fuerza para el seguimiento de Jesús que aprendemos hoy de la liturgia de la Palabra: No acomodarnos o resignarnos porque siempre hay alternativas. La fe y la confianza en la providencia, que cuida y sostiene la vida como su bien más preciado y compartir la pasión de las víctimas necesitadas de justicia, que nos hará pasar de la desfiguración que sufren a su transfiguración.
“Jesu´s capta a Dios como presencia acogedora para los excluidos, como fuerza de curacio´n para los enfermos, como esperanza para los aplastados por la vida” (J. Pagola).