Primera lectura: Hch 9,31-42:
La Iglesia se iba construyendo y multiplicando
Salmo: 116:
“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”
Evangelio: Jn 6,60-69:
“¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”
3ª Semana de Pascua Santa Inés de Montepulciano (1317)
61 Jesús, conociendo por dentro que los discípulos murmuraban, les dijo: ¿Esto los escandaliza? 62 ¿Qué será cuando vean al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes?
63 El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida.
64 Pero hay algunos de ustedes que no creen. Desde el comienzo sabía Jesús quiénes no creían y quién lo iba a traicionar.
65 Y añadió: Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede. 66 Desde entonces muchos de sus discípulos lo abandonaron y ya no andaban con él.
67 Así que Jesús dijo a los Doce: ¿También ustedes quieren abandonarme?
68 Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.
69 Nosotros hemos creído y reconocemos que tú eres el Consagrado de Dios.
El evangelio presenta el final del “Discurso del Pan de Vida” que deja en entera libertad al creyente. Los discípulos se escandalizan cuando deja en sus manos la continuidad del proyecto capaz de generar vida nueva para ellos y para la comunidad. Muchos se echaron atrás y abandonaron a Jesús, pues sabían que el camino no sería fácil. Jesús confronta hoy a sus seguidores y pregunta si también claudicarán. Nos pueden seducir otras propuestas de vida y abandonar la causa del Reino, pero ningún estilo de vida nos asegura la libertad y la felicidad que el seguimiento de Jesús. La mirada de la Iglesia suele ser de nostalgia cuando se ve reducida en número, pero ha de ser la oportunidad para optar por él y su Palabra de verdad. Se hace vital el testimonio de quienes han descubierto, como Pedro, que sin Jesús se hace más difícil la marcha en un mundo cada vez más vulnerable y en peligro. Ojalá confesemos que sólo en Jesús encontramos palabras de paz, amor y justicia.
“El Espíritu nos libera de ser nosotros mismos el centro de nuestra vida y va interiorizando en nosotros las actitudes que vivió Jesús, nuestro único Maestro y Señor” (J. Pagola).