Primera lectura: Mal 3,1-4:
Ya llega el mensajero del Señor
Salmo: 24:
“El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria”
Segunda lectura: Heb 2,14-18:
Jesús, un ser humano en plenitud
Evangelio: Lc 2,22-40:
“Este niño será signo de contradicción”
4a Semana Ordinario Presentación del Señor
23 de acuerdo con la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentárselo al Señor, sus padres llevaron a Jesús a Jerusalén para presentárselo al Señor, como manda la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor;
24 además ofrecieron el sacrificio que manda la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones.
25 Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que esperaba la liberación de Israel y se guiaba por el Espíritu Santo.
26 Le había comunicado el Espíritu Santo que no moriría sin antes haber visto al Mesías del Señor.
27 Conducido, por el mismo Espíritu, se dirigió al templo. Cuando los padres introducían al niño Jesús para cumplir con él lo mandado en la ley,
28 Simeón tomó al niño en brazos y bendijo a Dios diciendo:
29 Ahora, Señor, según tu palabra, puedes dejar que tu servidor muera en paz,
30 porque mis ojos han visto a tu Salvador,
31 que has dispuesto ante todos los pueblos
32 como luz para iluminar a los paganos y como gloria de tu pueblo Israel...
36 Estaba allí la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era de edad avanzada, casada en su juventud había vivido con su marido siete años,
37 desde entonces había permanecido viuda y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo noche y día con oraciones y ayunos.
38 Se presentó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a cuantos esperaban la liberación de Jerusalén.
Cuarenta días después de la Navidad se celebra la Presentación del niño Jesús en el Templo de Jerusalén. Presentar a alguien es sinónimo de “conocer”, iniciando así una relación de cercanía y cuidado mutuo. Llevar a los recién nacidos a la Iglesia para pedir a Dios la bendición es una tradición que aun sigue arraigada en algunos pueblos y comunidades. Para el Oriente cristiano significa el encuentro de Dios con su pueblo, donde Jesús es presentado como «luz para iluminar» y liberar de toda esclavitud y opresión. El anciano Simeón y la profetisa Ana creen que se puede vivir de otra manera y no se resignan al sometimiento; la esperanza no estaba puesta sólo en Jesús sino en toda vida que, bien guiada por el Espíritu, llega a ser manifestación del Dios creador y liberador de su Pueblo. El encuentro de Dios con la humanidad en el misterio de la encarnación llega a ser comprendido por quienes promueven y cuidan la vida de los más vulnerables.
“¿Se puede seguir a Jesús sin conocer su mundo, lo que vive, cómo vive o para qué?” (J. Pagola).