Primera lectura: Hch 2,36-41:
Conviértanse y bautícense todos en nombre de Jesucristo
Salmo: 33:
La misericordia del Señor llena la tierra
Evangelio: Jn 20,11-18:
“He visto al Señor”
En Octava de Pascua San Francisco Coll Guitart (1875) San Pedro Calungsod (1672)
12 y ve dos ángeles vestidos de blanco, sentados: uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había estado el cadáver de Jesús.
13 Le dicen: Mujer, ¿por qué lloras? María responde: Porque se han llevado a mi señor y no sé dónde lo han puesto.
14 Al decir esto, se dio media vuelta y ve a Jesús de pie; pero no lo reconoció.
15 Jesús le dice: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, creyendo que era el jardinero, le dice: Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo.
16 Jesús le dice: ¡María! Ella se vuelve y le dice en hebreo: Rabbuni –que significa maestro–.
17 Le dice Jesús: Déjame, que todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre, el Padre de ustedes, a mi Dios, el Dios de ustedes.
18 María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: He visto al Señor y me ha dicho esto.
La experiencia de Cristo resucitado sigue siendo envío a proclamar con fuerza y sin miedo que el sepulcro está vacío, así como muchas de las propuestas de esta sociedad de consumo también vacías de plenitud y sentido. A veces la dependencia de cosas y personas no permiten amar ni amarnos plenamente. María Magdalena es conducida por la fe al amor verdadero que no se apega y es capaz de continuar porque su fortaleza de ánimo no viene de afuera, no se debe a estímulos externos sino a lo que anida en su corazón. Con gran impulso, ya no llora por la pérdida porque sabe que Jesús continúa vivo en ella y en los gestos de amor y de bodad que ahora realizará en su nombre y con él. Hoy también estamos invitados a ver la luz, a reconocer en cada encuentro o experiencia vital que Cristo resucitado está ahí, presente, casi imperceptible. Pascua es tiempo de revitalización espiritual y también de envíos humanizadores para anuniciar con la vida a un Dios cercano y solidario, siempre dispuesto a secar las lágrimas, consolar al afligido y acompañar al extraviado.
“Quiero vivir en la Iglesia convirtiéndome a Jesús. Una Iglesia preocupada por la felicidad de las personas, que acoge, escucha y acompaña a cuantos sufren” (J. Pagola).