Primera lectura: Hechos 2,1-11:
Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar
Salmo: 104:
“Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra”
Segunda lectura: 1 Corintios 12,3b-7.12-13:
Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu
Evangelio: Juan 20,19-23:
“Reciban el Espíritu Santo”
PENTECOSTÉS
20 Después de decir esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor.
21 Jesús repitió: La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes.
22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo.
23 A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos.
En el tiempo de Pascua, descubrimos como protagonista al Espíritu Santo. Lo hemos reconocido impulsando la vida que parecía quedar postrada o derrotada frente a las fuerzas del mal. Es así como permitió a los seguidores de Jesús vencer sus propios miedos y anunciar con hechos y palabras que el proyecto de Jesús no quedaba crucificado, sino que resucitaba en ellos a partir de su compromiso con la causa del Reino.
En la primera lectura se narra con detalle la venida del Espíritu Santo sobre la comunidad apostólica. Dos símbolos de la naturaleza llenan de trascendencia el hecho: el viento fuerte que sopla y cubre todo y el fuego vital que desciende sobre cada persona. La experiencia, más allá de ser extraordinaria o sobrenatural, confirma en la fe a quienes siguieron con sincero corazón la causa de Jesús, a pesar de haberse acobardado o traicionado a Jesús en el momento de la prueba. Ahora son ungidos para permanecer unidos y para actuar con la sabiduría que da el Espíritu. La comprensión en la diversidad de lenguas y pensamientos evidencia lo que es capaz de lograr el amor de Dios presente en la experiencia de la naciente Iglesia. No se puede prescindir de la presencia del Espíritu Santo en aquellas comunidades que quieran ser fieles y perseverar en el camino de la fe.
San Pablo recuerda a la comunidad de fieles que los dones han sido otorgados para el bien común y no para intereses egoístas o de protagonismo estéril. A partir de la figura orgánica y armónica del cuerpo, invita a comprendernos en relación con el todo, pues la más pequeña y, tal vez, humilde parte necesita ser valorada y tomada en cuenta. Esta es una fuerte llamada de atención, en nuestras sociedades fragmentadas y cada vez menos interesadas en establecer vínculos sólidos y duraderos. El cristianismo desdice de su esencia y misión si se siente todo él cuerpo excluyendo o marginando a personas o pueblos de otras culturas o religiones. Queda explícito el carácter universal de las comunidades de Jesús abiertas a toda la humanidad de ayer y de hoy.
Apropiémonos de los cinco principios que nos regala el evangelio en la fiesta de Pentecostés y que definen la universalidad del proyecto cristiano: 1) La presencia de Jesús Resucitado. 2) La paz como valor fundamental para la experiencia comunitaria. 3) El envío misionero que da cuenta del compromiso apostólico. 4) La fuerza integradora y dinamizadora del Espíritu Santo en comunidad y 5) El perdón de los pecados como camino de reconciliación y liberación de la opresión.
“En la Iglesia encuentro yo a Jesús como en ninguna parte; en las comunidades cristianas escucho su mensaje y percibo su Espíritu” (J. Pagola).
