Primera lectura: 1Re 19,19-21:
Eliseo se marchó tras Elías
Salmo: 16:
“Tu eres, Señor, el lote de mi heredad”
Evangelio: Mt 5,33-37:
“Yo les digo que no juren en absoluto”
10ª Semana Ordinario San Micaela (1865)
34 Pues yo les digo que no juren en absoluto: ni por el cielo, que es trono de Dios;
35 ni por la tierra, que es tarima de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran Rey;
36 ni jures tampoco por tu cabeza, pues no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos.
37 Que la palabra de ustedes sea sí, sí; no, no. Lo que se añada luego procede del Maligno.
Jesús hace una interpretación novedosa acerca de los juramentos estipulados y regulados por la Ley de Moisés. Mientras que la Ley prohibido jurar en falso, Jesús pide no hacer juramentos que impliquen directamente a Dios o, de forma implícita, nombrando el cielo, la tierra o Jerusalén. Los juramentos en el Antiguo Testamento implican no solo bendición para quien los cumple sino maldición y motivo de pecado para quien no; a esto último es a lo que se refiere Jesús con que es obra del Maligno todo lo que se añada a nuestra palabra (cf. Deut 28). Por tanto, Jesús no quiere que las personas corran el riesgo de ponerse bajo ocasión de pecado e invita a ser personas de palabra veraz, sin recurrir a juramentos que avalen lo que uno ha prometido. La palabra de los y las cristianas ha de ser sincera, evitando el recurso de la mentira que falsea lo que somos. Como cristianos ¿Somos veraces en nuestro hablar o recurrimos a Dios para avalar falsas promesas?
“Desde su experiencia de Dios, lo que no se puede tolerar es que una ley impida a la gente experimentar su bondad de Padre” (J. Pagola).