Primera lectura: Is 1,10-17:
“Aparten de mí sus malas acciones”
Salmo: 50:
“Al que sigue buen camino, le haré ver la salvación de Dios”
Evangelio: Mt 10,34–11,1:
“No vine a traer paz, sino espada”
15ª Semana Ordinario San Buenaventura
35 Vine a enemistar a un hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra;
36 y así el hombre tendrá por enemigos a los de su propia casa.
37 Quien ame a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; quien ame a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí.
38 Quien no tome su cruz para seguirme no es digno de mí.
39 Quien se aferre a la vida la perderá, quien la pierda por mí la conservará.
40 El que los recibe a ustedes a mí me recibe; quien me recibe a mí recibe al que me envió.
41 Quien recibe a un profeta por su condición de profeta tendrá paga de profeta; quien recibe a un justo por su condición de justo tendrá paga de justo.
42 Quien dé a beber un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por su condición de discípulo, les aseguro que no quedará sin recompensa.
11,1 Cuando Jesús terminó de dar instrucciones a los doce discípulos, se fue de allí a enseñar y predicar por aquellas ciudades.
Este texto nos introduce en la paradoja del Evangelio. Exige una explicación. Pero no para tranquilizar nuestra conciencia sino para que podamos entender la novedad que anuncia Jesús y que supone un cambio radical del modo de vida. El texto parece contradecir otros anuncios, como el de Pablo en su Carta a los Colosenses (1,20) donde se afirma que Jesús es la paz. Que vino a reconciliar el cielo y la tierra. O como el de Isaías cuando nos anuncia la venida del Mesías, Príncipe de la paz (Is 9,5). O cuando el mismo Jesús en el Sermón de la Montaña, más explícitamente, asegura que son felices y llamados hijos de Dios los constructores de paz (Mt 5,9). La mentalidad violenta inscrita en la historia humana puede llevarnos a una interpretación equivocada, hasta tentarnos con la posibilidad de la “guerra santa”, con la propuesta de los hijos del trueno que sugirieron a Jesús: «¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que devore esta ciudad?» (Lc 9,54-55). La Paz de Jesús es la del Reino, una semilla que, por contrastar con la falsa paz, injusta y cruel, provoca conflicto. Seamos testigos, como tantos profetas, de la no-violencia activa.
“En el sufrimiento de Jesús se nos revela que lo redentor no es propiamente el sufrimiento como tal, sino el amorque puede vivir la persona que padece ese sufrimiento” (J. Pagola).