Primera lectura: 1 Samuel 3,3b-10.19:
“Habla, Señor, que tu siervo escucha”
Salmo: 40:
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”
Segunda lectura: 1 Corintios 6,13c-15a.17-20:
“Sus cuerpos son miembros de Cristo”
Evangelio: Juan 1,35-42:
“Vieron donde vivía y se quedaron con él”
2o Ordinario San Félix de Nola (260)
36 Viendo pasar a Jesús, dice: Ahí está el Cordero de Dios.
37 Los discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.
38 Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les dice: ¿Qué buscan? Respondieron: Rabí –que significa maestro–, ¿dónde vives?
39 Les dice: Vengan y vean. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Eran las cuatro de la tarde.
40 Uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús era Andrés, hermano de Simón Pedro.
41 Andrés encuentra primero a su hermano Simón y le dice: Hemos encontrado al Mesías –que traducido significa Cristo–.
42 Y lo condujo a Jesús. Jesús lo miró y dijo: Tú eres Simón, hijo de Juan; te llamarás Cefas –que significa Pedro–.
«La Palabra del Señor era rara en aquel tiempo» (1Sm 3,1b). Estas palabras, que anteceden la perícopa de la primera lectura, adquieren vigor en contextos donde la manipulación y la tergiversación de la Palabra no permiten comprender el querer de Dios para nosotros. En sociedades donde el mensaje que va al inconsciente colectivo es “Consuma, luego exista”, se torna complejo escuchar que Dios nos llama a ser cuidadores y no depredadores de la vida de los empobrecidos y del planeta. Las llamadas del Señor acontecen en la conciencia de la persona. Samuel sintió un llamado y, con la ayuda de Elí, pudo discernir y descubrir su vocación. Al entrar en comunión con el querer de Dios, adquiere la sabiduría necesaria que lo transforma en su mensajero. La llamada será a una misión dedicada a aliviar el dolor y el sufrimiento de toda forma de vida, de todo lo creado, y también una invitación a reavivar la Esperanza.
En el Evangelio, Juan el Bautista cumple la misión de precursor y profeta reconociendo a Jesús no sólo continuador del proceso liberador del Pueblo sino como aquel capaz de entregar la vida hasta las últimas consecuencias. Señalar a Jesús como «Cordero de Dios» da a entender el sentido sacrificial y no exitoso, en términos humanos, de este mesianismo.
Este proceso de llamado y seguimiento, de discipulado, se actualiza en nosotros hoy. 1) Jesús también hace la misma pregunta a cada creyente: «¿Qué buscas?». La respuesta más sincera seguro la tendremos luego de las mil y una vueltas que damos para seguirle con sincero corazón. 2) En el camino creyente hecho con gradualidad y madurez ha de surgir la pregunta: “Maestro, ¿dónde vives?”. Si estamos verdaderamente atentos, reconoceremos dónde y con quiénes permenece en el escenario mundial. 3) Cuando Jesús invita a ubicarlo, desubica. Seguro que, como en su tiempo, su lugar no está en los templos. Jesús habita en los corazones humildes y sencillos que se disponen a cuidar, como él, de la vida de los últimos.
La llamada es constante y permanece abierta a la espera de una decisión. La hora del encuentro, la hora décima, las cuatro de la tarde, nos habla de un día que todavía da de sí, pero que empieza a declinar: tenemos tiempo para seguir, interrogar, ver y permanecer con el Maestro. Ojalá abracemos esa oportunidad que nos regalan Dios y la vida. “Es tarde, pero es nuestra hora”, nos dijo Pedro Casaldáliga en una sus palabras de sabiduría. Dejemos de procrastinar o será de noche. Que el encuentro con Jesús en nuestro entorno resignifique el sentido de nuestra vida y vocación.
“Jesús los llama ahora a vivir acogiendo el Reino de Dios que quiere una vida más digna y más dichosa para todos, empezando por los últimos” (J. Pagola).