Primera lectura: Hechos 1,1-11:
Se elevó a la vista de ellos
Salmo: 47:
Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas
Segunda lectura: Efesios 4,1-13:
Unidad del cuerpo
Evangelio: Marcos 16,15-20:
Ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios
Ascensión del Señor
16 Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará.
17 A los creyentes acompañarán estas señales: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas,
18 agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se sanarán.
19 El Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
20 Ellos salieron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba la Palabra con las señales que la acompañaban.
La misión del Reino anunciado por Jesús siempre asegura frutos de vida que permanecen. Lo difícil es convencerse de que vale la pena arriesgarlo todo, porque parece más fácil conservar la vida y evitar el conflicto. A pesar de las promesas de plenitud y felicidad del mundo en que vivimos, nada nos llenará tanto de sentido como comprometer el corazón en la causa de Jesús. La Ascensión es la fiesta de la madurez cristiana porque la comunidad discipular es capaz de testimoniar el estilo de vida alternativo que vino a proponer Jesús.
La perspectiva narrativa del libro de los Hechos tiene que ver con la continuación del proyecto salvífico iniciado por Jesús y llevado adelante por el Espíritu presente en las comunidades cristianas. Fruto del trabajo misionero de la comunidad apostólica, de constantes discernimientos, encuentros y desencuentros, se logró dar a conocer al Dios de Jesús. La extensión de la Buena Noticia al mundo gentil fue posible porque se vencieron toda clase de temores o prejuicios y los apóstoles no se quedaron encerrados ni acomodados en una religión de ritos y piedad. Incluso no se dejaron amedrentar por las amenazas o persecuciones porque encontraban más motivos para mantenerse en oración, en unidad y en una valiente disposición a entregar la vida.
La segunda lectura nos invita, como comunidades creyentes, al cultivo de la fe y de la esperanza en Cristo Resucitado para lo cual no se puede prescindir del Espíritu Santo que, en este contexto pascual, es sabiduría, impulso, valor, prudencia. Una comunidad manifiesta su madurez cuando no se conforma con lo que hace y busca siempre alternativas para proyectarse y renovarse. Además, no teme ejercer su vocación profética ni trabajar en misión compartida porque sabe que las posibilidades de salvaguardar la vida serán aún mayores si no en solitario.
El evangelio plantea la urgencia de la misión como la esencia de la comunidad discipular. Somos una Iglesia decididamente misionera y anunciar buenas noticias hasta los confines de la Tierra ha de ser nuestra pasión. Se trata de vivir resucitando en la perseverancia, en la fidelidad y en el celo por la vida. Si Jesús sube a la presencia de Dios, no es para desentenderse; es más bien para comprometerse más con quienes han creído en el proyecto del Reino. En la Solemnidad de la Ascensión del Señor, la palabra de Dios nos pone ante un gran envío. Por lo tanto, es importante escuchar, ver y estar atentos a la voz de Dios y del Espíritu para que nos indique cuál es nuestra misión y cómo realizarla.
“La esperanza cristiana solo la conocen los que caminan tras los pasos de Jesús. Son quienes pueden proclamar el evangelio a toda la creación” (J. Pagola).
