Primera lectura: 1Sm 4,1-11:
El Arca de Dios fue capturada
Salmo: 44:
“Redímenos, Señor, por tu misericordia”
Evangelio: Mc 1,40-45:
“Lo quiero; queda sano”
1a Semana Ordinario San Teodosio (529)
41 Él se compadeció, extendió la mano, lo tocó y le dijo: Lo quiero; queda sano.
42 Al instante se le pasó la lepra y quedó sano.
43 Después lo despidió advirtiéndole enérgicamente:
44 Cuidado con decírselo a nadie. Ve a presentarte al sacerdote y, para que le conste, lleva la ofrenda de tu curación establecida por Moisés.
45 Pero él salió y se puso a proclamar y divulgar el hecho, de modo que Jesús no podía presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares despoblados. Y de todas partes acudían a él.
Ser leproso en la época de Jesús era homologable a la muerte. La lepra impedía participar de la vida social y del culto. Quien enfermaba era condenado a vivir exiliado, sin el amparo de la comunidad; la ley indicaba que debía vivir en la marginalidad. En el relato, la acción curativa de Jesús fue similar a la de resucitar a un muerto. La fe, sumada a su indefensión, llevan al leproso a traspasar los límites que le permitía la ley. Resistiéndose a la exclusión y al rechazo, el enfermo pide a Jesús que lo cure. Jesús se conmueve de manera entrañable. Mostrando cercanía y ternura, lo sostiene hasta recuperarlo. Es tal el impacto en la vida del enfermo que no puede callar los efectos sanadores de la misericordia y la compasión entrañable del Señor. También hoy Jesús quiere limpiar nuestra vida de todo lo que nos destruye. E invita particularmente a la Iglesia a ser instrumento de entrañable cercanía al servicio de quienes son excluidos y marginados como leprosos.
“Como el leproso, a ti me acerco, mira mi «lepra», ¡ten compasión! Señor, si quieres, puedes limpiarme: de mis miserias, de mi rencor, de perseguir la ruta más fácil y no luchar para ser mejor” (Mercedes, GVJ Galilea, Grupos de Jesús, J. Pagola).