Primera lectura: 1Cor 11,17-26.33:
No se puede comer la cena del Señor si están divididos
Salmo: 40:
Proclamen la muerte del Señor, hasta que vuelva
Evangelio: Lc 7,1-10:
Ni en Israel he visto tanta fe
24ª Semana Ordinario Santos Cornelio y Cipriano (253 y 258)
2 Un centurión tenía un sirviente a quien estimaba mucho, que estaba enfermo, a punto de morir.
3 Habiendo oído hablar de Jesús, le envió unos judíos notables a pedirle que fuese a sanar a su sirviente.
4 Se presentaron a Jesús y le rogaban insistentemente, alegando que se merecía ese favor:
5 Ama a nuestra nación y él mismo nos ha construido la sinagoga.
6 Jesús fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: Señor, no te molestes; no soy digno de que entres bajo mi techo.
7 Por eso yo tampoco me consideré digno de acercarme a ti. Pronuncia una palabra y mi muchacho quedará sano.
8 Porque también yo tengo un superior y soldados a mis órdenes. Si le digo a éste que vaya, va; al otro que venga, viene; a mi sirviente que haga esto, y lo hace.
9 Al oírlo, Jesús se admiró y volviéndose dijo a la gente que le seguía: Una fe semejante no la he encontrado ni en Israel.
10 Cuando los enviados volvieron a casa, encontraron sano al sirviente.
La fe tiene la capacidad de sorprender a quien la posee y a quien se ve beneficiado por ella. Jesús exalta la fe de un centurión romano, alguien que, por su posición y por sus obligaciones, podría estar en la vereda opuesta, completamente ajeno a depositar su confianza en Dios. Sin embargo, este centurión, además de empatizar con el dolor de los suyos, tiene fe en que el mal puede ser derrotado. El evangelista quiere mostrarnos que, para el reino de Dios, no hay fronteras ni obstáculos. Basta tener fe en las palabras de Jesús para superar las barreras culturales demostrando que, aún en las diferencias más evidentes, las personas son capaces de manifestar la bondad de Dios. En la fe del centurión se ve interpelada nuestra disposición comunitaria la apertura, la confianza y la ayuda solidaria. La fuerza transformadora de la palabra de Jesús brota de la misión compartida, donde el ejercicio de la caridad ha de superar las barreras que, en muchas ocasiones, nos separan de quienes no son de los nuestros.
“Nuestra actitud hacia los otros está profundamente condicionada por la actitud fundamental hacia nosotros mismos” (J. Pagola).
