Primera lectura: 1Cor 15,1-11:
Esto es lo que predicamos
Salmo: 118:
Den gracias al Señor porque es bueno
Evangelio: Lc 7,36-50:
Sus pecados están perdonados
24ª Semana Ordinario San Jenaro (305)
37 En esto, una mujer, pecadora pública, enterada de que estaba a la mesa en casa del fariseo, acudió con un frasco de perfume de mirra,
38 se colocó detrás, a sus pies, y llorando se puso a bañarle los pies en lágrimas y a secárselos con el cabello; le besaba los pies y se los ungía con la mirra.
39 Al verlo, el fariseo que lo había invitado pensó: Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer lo está tocando: una pecadora.
40 Jesús tomó la palabra y le dijo: Simón, tengo algo que decirte. Contestó: Dilo, maestro.
41 Le dijo: Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas y otro cincuenta.
42 Como no podían pagar, les perdonó a los dos la deuda. ¿Quién de los dos lo amará más?
43 Contestó Simón: Supongo que aquél a quien más le perdonó. Le replicó: Has juzgado correctamente.
44 Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para lavarme los pies; ella me los ha bañado en lágrimas y los ha secado con su cabello.
45 Tú no me diste el beso de saludo; desde que entré, ella no ha cesado de besarme los pies.
46 Tú no me ungiste la cabeza con perfume; ella me ha ungido los pies con mirra.
47 Por eso te digo que se le han perdonado numerosos pecados, por el mucho amor que demostró. Pero al que se le perdona poco, poco amor demuestra. 48Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados.
49 Los invitados empezaron a decirse entre sí: ¿Quién es éste que hasta perdona pecados?
50 Él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado. Vete en paz.
Esta escena de misericordia podría contarse entre las páginas más significativas del Evangelio para comprender lo revolucionario del mensaje de Jesús. Hay personajes bien definidos: un fariseo, una mujer, los invitados y el Maestro. El centro del relato está en el perdón y el ritmo de la narración, en el amor de los gestos. Jesús demuestra que es un Profeta de la misericordia y, sobre todo, un Maestro en el modo de actuar. No reacciona según lo esperado y denuncia la poca hospitalidad de quien sólo se lleva por las apariencias y no sabe ejercitar la bondad. Quiere “hacer ver” lo que algunos mandatos no nos permiten experimentar. La mujer, derramada en el amor de sus lágrimas, roba la misericordia con gestos de hospitalidad. Ella es sincera y Jesús comprende que importan más las personas que sus faltas. De este modo se invita a participar de la redención fuera de la apariencia de actos convencionales. Amor y perdón son proporcionales y producen vida incluso en gestos inesperados.
“El cristiano contra el mal del que se siente víctima. Y luchar es, a menudo, protestar, gritar, llorar” (J. Pagola).