Primera lectura: Heb 12,4-7.11-15:
Dios reprende a los que ama
Salmo: 103:
«La misericordia del Señor dura para siempre»
Evangelio: Mc 6,1-6:
A un profeta lo desprecian sólo en su patria
4ª Semana Ordinario Santa Águeda (251) San Felipe de Jesús (1597)
2 Un sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud que lo escuchaba comentaba asombrada: ¿De dónde saca éste todo eso? ¿Qué clase de sabiduría se le ha dado, que tamaños milagros realiza con sus manos?
3 ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago y José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas? Y esto era para ellos un obstáculo.
4 Jesús les decía: A un profeta lo desprecian sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa.
5 Y no podía hacer allí ningún milagro, salvo unos pocos enfermos a quienes impuso las manos y curó.
6 Y se asombraba de su incredulidad. Después recorría las aldeas vecinas enseñando.
El mensaje de Jesús y su capacidad transformadora es cuestionada en su época y también en la nuestra. Nos resulta novedoso e increíble que alguien con quien compartimos legado, historia, pertenencia, venga a contarnos su historia de salvación, su modo de relacionarse con Dios, con las personas, con el mundo. O, por el contrario, sucede que nos resulta más cómodo quedarnos en los esquemas conocidos y comprobados de nuestra cultura o tradición, y no estar dispuestos a hospedar lo nuevo que el Espíritu de Dios anhela convidarnos. Y aunque no lleguemos a despreciar explícitamente su propuesta, tal vez sí lo lleguemos a considerar un obstáculo o un escándalo. ¡Señor, danos la capacidad de estar abiertos al anuncio gozoso de tu buena noticia! ¡Danos la gracia de acoger y no desperdiciar tu paso sigiloso -y el de quienes te anuncian-! ¡Que tu presencia y gracia permanezcan con nosotros en lo simple y cotidiano de la vida, porque es allí donde tu nos visitas y nos amas!
“No se les puede decir solo ánimo, paciencia. Hay que dar una esperanza concreta” (Papa Francisco)