Primera lectura: Hch 3,11-26:
Dios lo resucitó de entre los muertos
Salmo: 8:
«Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!»
Evangelio: Lc 24,35-48:
El Mesías padecerá y resucitará al tercer día
Jueves de la Octava de Pascua Santas María de Cleofás y Salomé (s. I) San Fidel de Sigmaringa (1622)
36 Estaban hablando de esto, cuando se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz esté con ustedes.
37 Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma.
38 Pero él les dijo: ¿Por qué se asustan tanto? ¿Por qué tantas dudas?
39 Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean, un fantasma no tiene carne y hueso, como ven que yo tengo.
40 Dicho esto, les mostró las manos y los pies.
41 Era tal el gozo y el asombro que no acababan de creer. Entonces les dijo: ¿Tienen aquí algo de comer?
42 Le ofrecieron un trozo de pescado asado.
43 Lo tomó y lo comió en su presencia.
44 Después les dijo: Esto es lo que les decía cuando todavía estaba con ustedes: que tenía que cumplirse en mí todo lo escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.
45 Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura.
46 Y añadió: Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día;
47 que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de los pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén.
48 Ustedes son testigos de todo esto.
En estos días de pascua asistimos a la comunidad de discípulas y discípulos que van a formar ese brote eclesial del Movimiento de Jesús. Van a testimoniar que Dios en su locura de amor, asume el sufrimiento de este valle de lágrimas y con la resurrección se convierte en el Viviente que empuja la historia a su plenitud. No es un fantasma. Muestra sus manos y sus pies; esas manos que acariciaron las heridas de enfermos y pecadores, esos pies que caminaron a lo largo de las periferias humanas. Nos pide que toquemos esas heridas de su pasión, insignias de su identidad, tatuajes de su condición de siervo sufriente. Nos pide que palpemos la carne sufriente de nuestra época, que reconozcamos a ese Jesús presente, extensivo en cada hermano o hermana que padece. Nos pide que abramos la inteligencia para comprender y, sobre todo, para experimentar la resurrección. El infinitamente trascendente y lejano que se hizo infinitamente cercano. Seamos sus testigos, ayudándole a resucitar en toda realidad.
“Es la contemplación del rostro de Jesús muerto y resucitado la que recompone nuestra humanidad, también la que está fragmentada por las fatigas de la vida, o marcada por el pecado” (GE 151).