Primera lectura: Hechos 5,12-16:
Crecía el número de los creyentes
Salmo: 118:
«Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia»
Segunda lectura: Apocalipsis 1,9-13.17-19:
Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos
Evangelio: Juan 20,19-31:
A los ocho días, llegó Jesús
SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA San Pedro Armengol (1304)
20 Después de decir esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor.
21 Jesús repitió: La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes.
22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo.
23 A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos.
24 Tomás, llamado Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
25 Los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor. Él replicó: Si no veo en sus manos la marca de los clavos, si no meto el dedo en el lugar de los clavos, y la mano por su costado, no creeré.
26 A los ocho días estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa y Tomás con ellos. Se presentó Jesús a pesar de estar las puertas cerradas, se colocó en medio y les dijo: La paz esté con ustedes.
27 Después dijo a Tomás: Mira mis manos y toca mis heridas; extiende tu mano y palpa mi costado, en adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.
28 Le contestó Tomás: Señor mío y Dios mío.
29 Le dijo Jesús: Porque me has visto, has creído; felices los que crean sin haber visto.
30 Otras muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están relatadas en este libro.
31 Éstas quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él.
Las huellas de la pasión son las manos y el costado del que salió sangre y agua, son las huellas visibles de que el resucitado es el mismo que fue crucificado. Son las señales visibles de un amor sin límites de un Dios crucificado, locura para los sabios de este mundo y escándalo para una religión separada de la vida. (1Cor 1,18-25) Hoy la liturgia nos está insistiendo en que urge dar señales de que Jesús es el Viviente y que ser testigos supone multiplicar en el mundo el movimiento de la resurrección. Jesús, todo El, es una señal, un verdadero sacramento de la presencia amorosa y compasiva de Dios en la vida humana. Como prueba ahí están las señales de la pasión.
El vidente del apocalipsis lo ha experimentado por su fidelidad en el destierro a causa de su entrega a la Palabra de Dios y por su testimonio de vida (Ap 1,19). La comunidad cristiana de Jerusalén se convirtió en señal por estar todos unidos y organizar un movimiento terapéutico y dignificador (Hch 5,12). El mundo de hoy, al igual que Tomás, movido por las dudas y desconfianza busca también señales en la Iglesia de que Jesús está vivo, busca heridas que se hayan curado. Tomás nos sirve de ejemplo para nuestro itinerario de aprendizaje como discípulos y discípulas de Jesús. Nos toca primero ser nosotros mismos testigos de la resurrección y completar esas muchas señales que hizo Jesús y mostrarlas en la historia de los pueblos (Jn 20,30). Las heridas insoportables del dolor del mundo son la misma carne sufriente de Jesús que continúa su pasión en los empobrecidos del mundo.
Nos toca ser samaritanos, curadores de heridas para que se conviertan en heridas gloriosas como las de Jesús. Para ello no tener miedo, no trancar las puertas huyendo de los conflictos, sino estar reunidos como los discípulos para recibir el soplo del Espíritu. Iniciando un nuevo Génesis, ese soplo de vida, ese oxígeno de Dios (Gen2,7) para anunciar en las plazas públicas, en los códigos legislativos, en los movimientos sociales y en la vida familiar el evangelio vivo del Reino. La pregunta es la siguiente: ¿Nos sentimos de verdad testigos? ¿Palpamos los signos y señales históricas de este Jesús Resucitado entre nosotros? Jesucristo sacramento de la presencia de Dios nos invita a tener vidas sacramentales, no solo porque celebramos los sacramentos, sino porque nuestras vidas son radicalmente significativas para este mundo desnutrido y falto de esperanza.
“Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable” (EG 276).