Primera lectura: 1Pe 5,5b-14:
“Les saluda Marcos, mi hijo”
Salmo: 89:
“Cantaré eternamente las misericordias del Señor”
Evangelio: Mc 16,15-20:
Anuncien el Evangelio a toda la creación
Viernes de la Octava de Pascua San Marcos, evangelista (s. I)
16 Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará.
17 A los creyentes acompañarán estas señales: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas,
18 agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos y se sanarán.
19 El Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
20 Ellos salieron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba la palabra con las señales que la acompañaban.
Jesús, que resucitó al tercer día, se aparece por tercera vez a sus discípulos. Los vemos regresando al trabajo que desempeñaban cuando lo conocieron. ¿Será que Juan nos quiere decir que, desengañados después de la trágica muerte quedaron frustrados como los de Emaús y por eso regresaron a su rutina diaria? ¿O será que Juan, como evangelista amigo y experto en símbolos, nos da esta catequesis para que nosotros encontremos al Resucitado en la realidad de nuestras vidas? De hecho, Jesús ya había realizado como nos cuenta Lucas (1-10) una pesca milagrosa, pero ahora Juan, quiere que recordemos en este evangelio: el mar, la pesca, la noche, el amanecer, el pan y la mesa compartida. Estamos en la noche del mundo. Pero amanece, como nos recuerda el poeta-profeta Casaldáliga “si insistimos un poco”. Si hemos olvidado cómo ser pescadores de humanidad, Jesús nos invita a pescar por el poder de su palabra. Dar testimonio de la resurrección implica salir y cuidar de la vida.
“No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!” (EG 3).