Primera lectura: Hch 4,23-31:
Los llenó a todos el Espíritu Santo
Salmo: 2:
«Dichosos los que se refugian en ti, Señor»
Evangelio: Jn 3,1-8:
El que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios
Lunes de la Segunda Semana de Pascua San Luís María Grignon (1716) San Pedro Chanel (1841)
2 Fue a visitarlo de noche y le dijo: Maestro, sabemos que vienes de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él.
3 Jesús le respondió: Te aseguro que, si uno no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
4 Le responde Nicodemo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Podrá entrar de nuevo en el vientre materno para nacer?
5 Le contestó Jesús: Te aseguro que, si uno no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
6 De la carne nace carne, del Espíritu nace espíritu.
7 No te extrañes si te he dicho que hay que nacer de nuevo.
8 El viento sopla hacia donde quiere: oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así sucede con el que ha nacido del Espíritu.
En este tiempo pascual estamos invitados a ser mensajeros de cómo el Espíritu de Dios se mueve derrotando la muerte y suscitando vida. El evangelio nos recuerda que el movimiento de Jesús tiene su fundamento en la presencia del Resucitado. En las entrañas de cada creyente brota. En la raíz más profunda de nuestra existencia tenemos que abrirnos a esa posibilidad, la de un nuevo nacimiento. Que no significa regresar o volver al seno materno, ni tampoco repetir viejas historias de dolor y de injusticia. Como Nicodemo que en la oscuridad de la noche visita a Jesús, representando a una religión ya agotada que se mantiene en la penumbra, podemos “nacer de nuevo” escogiendo resurgir en el seno materno de la iglesia que, como madre invadida por el Espíritu, sopla vientos de comunión y vida renovada. Siguiendo los pasos tímidos de Nicodemo, seamos buscadores y propiciadores de esos espacios vitales del Reino. ¿Estás dispuesto a dejar tu noche personal y resucitar a la novedad del Reino de Dios?
“El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos, pero sin pretender ver resultados llamativos” (EG 279).