23a Semana Ordinario
Santa Regina (s. VIII)
Sabiduría 9,13-19: ¿Quién comprende el designio de Dios?
Salmo 90: «Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación»
Filemón 9-10.12-17: «Recíbelo, no como esclavo, sino como hermano querido»
Lucas 14,25-33: «Quien no renuncia a todo no puede ser mi discípulo»
25 En aquel tiempo le seguía una gran multitud a Jesús. Él se volvió y les dijo:
26 Si alguien viene a mí y no me ama más que a su padre y su madre, a su mujer y sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo.
27 Quien no carga con su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo.
28 Si uno de ustedes pretende construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?
29 No suceda que, habiendo echado los cimientos y no pudiendo completarla, todos los que miran se pongan a burlarse de él
30 diciendo: “Este empezó a construir y no puede concluir”.
31 Si un rey va a enfrentarse en batalla contra otro, ¿no se sienta primero a deliberar si podrá resistir con diez mil al que viene a atacarlo con veinte mil?
32 Si no puede, cuando el otro todavía está lejos, le envía una delegación a pedir la paz.
33 Lo mismo cualquiera de ustedes: quien no renuncie a sus bienes no puede ser mi discípulo.
En el evangelio de este domingo Jesús es honesto con quienes lo siguen, hablando de lo que significa participar de la dinámica del Reino. Nos invita al reconocimiento de nuestras inseguridades y apegos, como obstáculo para vivir un amor más libre y maduro.
La primera lectura nos exhorta a vivir según el plan de Dios; para lograrlo necesitamos de la sabiduría, no como conquista personal sino como don divino. Para entrar en el designio de Dios el creyente estará siempre llamado a despojarse de sus propias seguridades, disponiéndose a la confianza, más allá de toda certeza o cálculo humano. Es a partir de una fe activa y compartida, como vamos aprendiendo a vivir sin preocupaciones o lamentos exagerados, sino a sobrellevar con resiliencia aquello que la vida nos depara.
El realismo con el cual Jesús presenta su seguimiento es a través del medidor de la cruz, como camino de entrega amorosa desinteresada. Esa cruz de la que muchas veces renegamos, que quisiéramos dejar botada o cargársela a otros. Seguirle con radicalidad implica orientar nuestras relaciones afectivas y personales, la posesión de los bienes materiales e incluso nuestra propia libertad, como camino a la madurez en el amor y a la realización del querer de Dios. No significa que para Jesús no tengan valor los vínculos familiares, o la posesión de bienes materiales, se trata, más bien, de no hacer de ellas un obstáculo. Son la oportunidad que tenemos para ejercitar nuestra libertad, abriéndonos al amor verdadero. Nos propone que utilicemos esos dones como medios para llegar a Él. Muchas veces cargar con la cruz se concretará en asumir con valentía las responsabilidades familiares, profesionales, sociales y políticas. El seguimiento de Jesús nos estimula a dar lo mejor de nosotros mismos.
La vida cristiana requiere una conversión continua. Permanecer en la condición de discípulo/a que con apertura humilde asume el seguimiento de Jesús con libertad. Dios nos conoce mejor que nosotros mismos, aunque nos aferramos a nuestro propio amor, querer o intereses, él no se cansa de esperarnos. En nuestras comunidades cristianas siempre nos encontramos con personas de las que Dios se vale para alentarnos en la entrega. Necesitamos crecer en la comunión, desde la experiencia profunda de sentirnos amados, nos podemos dar con mayor generosidad a los demás.
Estar dispuestos a cargar con la cruz de Jesús, significa en definitiva estar dispuestos a dar nuestra propia vida por el Evangelio. Sigamos el ejemplo valiente de San Pablo y de tantas personas que nos han precedido en la fe.
“El que lo pide todo también lo da todo, y no quiere entrar en nosotros para mutilar o debilitar sino para plenificar” (GE 175).