Primera lectura: Gén 19,15-29:
El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego
Salmo: 26:
«Tengo ante los ojos, Señor, tu bondad»
Evangelio: Mt 8,23-27:
Se puso de pie, increpó a los vientos y al lago y vino una gran calma
13ª Semana Ordinario San Atilano Cruz (1928)
24 De pronto se levantó tal tempestad en el lago que las olas cubrían la embarcación; mientras tanto, él dormía.
25 Los discípulos se acercaron y lo despertaron diciendo: ¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!
26 Él les dijo: ¡Qué cobardes y hombres de poca fe son! Se levantó, increpó a los vientos y al lago, y sobrevino una gran calma.
27 Los hombres decían asombrados: ¿Quién es éste, que hasta los vientos y el lago le obedecen?
Cuando las personas son obligadas a salir de sus países de origen, a causa de la violencia, la pobreza o los fenómenos naturales, se levantan fuertes tempestades que afectan de manera profunda y traumática todas las dimensiones de la persona. Por lo mismo, se estropean los hilos de la vida comunitaria de los que se quedan y de los que son forzados a migrar. Ante este flagelo global se escucha cada vez más fuerte la misma súplica con la que despertaron los discípulos a Jesús: ¡Señor, sálvanos, que nos hundimos! Es la súplica confiada de quien ve en el proyecto de Jesús una luz de salvación y liberación. Es un grito desesperado que cuestiona la tranquilidad y conformismo de muchos creyentes que sufren de sordera humana y cristiana. No podemos confiar en una religiosidad acomodada que va impermeabilizando el corazón, la cabeza y las manos. Que cobardes y que poca fe la de aquellos que no se indignan frente al dolor y la tragedia humana que causa la migración forzada contemporánea.
“Debemos ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de
uno perjudica a todos” (Papa Francisco).