Primera lectura: Ez 34,11-16:
«Buscaré mis ovejas siguiendo su rastro»
Salmo: 23:
«El Señor es mi pastor»
Evangelio: Lc 15,3-7:
Habrá alegría en el cielo por un pecador convertido
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
4 Si uno de ustedes tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va a buscar la extraviada hasta encontrarla?
5 Al encontrarla, se la echa a los hombros contento,
6 se va a casa, llama a amigos y vecinos y les dice: Alégrense conmigo, porque encontré la oveja perdida.
7 Les digo que, de la misma manera habrá más fiesta en el cielo por un pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no necesiten arrepentirse.
En el corazón de Jesús se encuentran los pobres, de allí que la primacía en su misión y la de la Iglesia sean todos aquellos que viven las injusticias, miseria y opresión. Son el producto de un sistema económico y social que descarta a quienes no responden al ritmo de consumo y rapidación (aceleración de la vida, sin respiro y descanso) en el que está encarrilada actualmente la sociedad. El evangelio de hoy nos invita a fijar nuestros sentidos, capacidades y liderazgo en las ovejas perdidas. Es decir, en las personas y comunidades que, a causa de la globalización de la indiferencia y la distracción comunicativa, les es arrebatada su identidad, su cultura, sueños y proyectos. En las comunidades creyentes no deberíamos invisibilizar a nadie, aunque hoy es totalmente normal en una sociedad narcisista y poco solidaria. Ir en búsqueda de la oveja perdida es un acto imprudente y profundamente misericordioso, tal como lo es Dios, quien rompe todas las fronteras y esquemas humanos para salvar y cuidar la vida de toda la creación.
“La solidaridad se expresa concretamente en el servicio, que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás” (FT 115).