Primera lectura: 2Cor 9,6-11:
Al que da, de buena gana lo ama Dios
Salmo: 112:
«Dichoso quien teme al Señor»
Evangelio: Mt 6,1-6.16-18:
«Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará»
11a Semana Ordinario Santos Marcos y Marceliano (304)
2 Cuando des limosna no hagas tocar la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que los alabe la gente. Les aseguro que ya han recibido su paga.
3 Cuando tú hagas limosna, no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha;
4 de ese modo tu limosna quedará escondida, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará.
5 Cuando ustedes oren no hagan como los hipócritas, que gustan rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para exhibirse a la gente. Les aseguro que ya han recibido su paga.
6 Cuando tú vayas a orar, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre a escondidas. Y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará.
16 Cuando ustedes ayunen no pongan cara triste como los hipócritas, que desfiguran la cara para hacer ver a la gente que ayunan. Les aseguro que ya han recibido su paga.
17 Cuando tú ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara,
18 de modo que tu ayuno no lo vean los demás, sino tu Padre, que está escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará.
En un mundo donde la apariencia y el cuidado de la imagen, a menudo enturbian la búsqueda espiritual genuina, es crucial purificar nuestras motivaciones y prácticas religiosas. Jesús aconseja evitar acciones ostentosas para la aprobación pública. No se trata de buscar reconocimiento, sino de cultivar una relación sincera con Dios. La espiritualidad auténtica radica en el amor desinteresado y la búsqueda de la verdad interior. ¿Hemos querido con nuestra fe controlar a Dios, o la vivimos como experiencia de amor confiado? ¿Hemos malinterpretado sus enseñanzas para satisfacer nuestras búsquedas egoístas? La invitación de Jesús es clara: practiquemos nuestras creencias con humildad de corazón y en sincera comunión con el Dios providente. Reconozcamos si hemos caído en la trampa de la apariencia y la búsqueda de protagonismos estériles. Abrazar el mensaje central de salvación ofrecido por Dios significa vivir en congruencia con el amor auténtico. La religión ha de convertirse en fuente transformadora de vidas y relaciones; en posibilidad real de hacer presente a Dios con nuestro testimonio.
“Porque en cada hermano, especialmente en el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado, está presente la imagen misma de Dios” (GE 61).